Crónica del sexto día del Festival de Sitges. Películas vistas: Slash/Back, Rubikon, Historias para no dormir: Transplante e Historias para no dormir: La alarma
El Sitges – Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya ha acogido por quinto año consecutivo la ceremonia que entrega los Premios Méliès de Oro, que otorga anualmente la Federación Internacional de Festivales de Méliès en reconocimiento al mejor largometraje y cortometraje europeos.
En esta edición, el galardón a la mejor película ha sido para Cerdita, un estudio del bullying en clave de slasher-movie con el que Carlota Pereda ha debutado en la dirección de largometrajes. En cuanto al mejor cortometraje, el premio ha sido para From Beyond, un experimental y atrevido trabajo dirigido por Fredrik S. Hana. Así, el jurado, formado por los críticos de cine Alberto Lechuga, Víctor López y Marla Jacarilla, reconocen tanto el virtuosismo de la reimaginación del slasher desde una perspectiva más clásica como el juego con los códigos de la ciencia ficción con una intención más formalista.
Por otro lado, el Méliès Career de este año, que reconoce la trayectoria de un nombre destacado de la industria, ha caído en manos de Claudio Simonetti, el compositor italiano cuya dupla con Dario Argento en los 70 brindó algunas de las melodías más inolvidables del giallo italiano. Al frente de la banda de rock progresivo Goblin, Simonetti es el artífice de melodías tan emblemáticas como la de las notas de celesta y las campanas del tema principal de Suspiria o la del sintetizador de la banda sonora de Rojo Oscuro.
Quentin Dupieux, un director francés que ha presentado todos sus trabajos en el Festival de Sitges, ha recibido el premio Màquina del Temps. En esta edición el director presenta dos películas: Increíble pero cierto, que pudo verse ayer en el Auditori, y Fumar provoca tos, que se podrá ver hoy.
Yo empiezo el día en la sala Retiro viendo la película canadiense Slash/Back dirigida y coescrita por Nyla Innuksuk. La película se ambienta en la aldea de Pangnirtung, situada en la isla de Baffin, en el océano Ártico. Aunque pertenece al territorio canadiense de Nunavut, la mayoría de la población es innuit. La acción arranca en un día de verano en el que la luz del sol brilla casi 24 horas. Maika (Tasiana Shirley) y sus amigas Jesse (Alexis Vicent-Wolfe), Leena (Chelsea Pruksy) y Uki (Nalajoss Ellsworth) no tienen instituto y están entre aburridas y hartas del pueblo. Todo cambia cuando descubren que el pueblo está siendo atacado por unos alienígenas que parecen capaces de suplantar el aspecto de sus víctimas. Pero no cuentan con ese grupo de adolescentes que, armadas con armas improvisadas y usando el conocimiento de la zona y lo que han aprendido del cine de terror, les plantarán cara.
A priori la película se presenta como una mezcla entre Attack the Block y La Cosa. La historia transcurre en una comunidad innuit que vive en una localidad remotísima, donde la cultura local de caza y pesca y el idioma innuit se mezclan con la cultura y tecnología occidentales. Las jóvenes protagonistas sufren ese choque de valores, debatiéndose entre los móviles, las redes sociales y las ganas de salir al mundo y la belleza del entorno y su modo de vida tradicional. La historia está contada con humor, metiéndonos desde el principio en la dinámica del grupo de chicas protagonistas y con medios muy limitados, algo muy patente viendo los pobres efectos de maquillaje de los aliens.
Slash/Back es una película juvenil, por lo que sólo pasa por encima de la situación marginal en la que viven las comunidades indígenas en el Ártico y Groenlandia. La película tiene un buen enfoque; sabe lo que quiere contar y cómo quiere hacerlo, pero la ejecución es sólo regular. Las jóvenes actrices son un poco demasiado amateurs para que la historia funcione del todo, y los monstruos se muestran demasiado teniendo en cuenta lo barato de los efectos visuales. Esta ejecución me sacó un poco de la narración y creo que sitúa la película en la parte baja del catálogo de alguna plataforma de televisión.
A continuación me desplazo al Retiro para ver la película de ciencia-ficción austríaca Rubikon. La sesión fue presentada por la productora Loredana Rehekampff y la directora Leni Lauritsch que comentaron lo difícil que era sacar una producción de género en el cine de Austria. La acción de la película transcurre en 2056. Tras el colapso de los ecosistemas por todo el mundo, los más ricos viven en enclaves bajo domos que les mantienen a salvo de la atmósfera contaminada. Los intentos para encontrar habitats alternativos fuera del planeta han fracasado. La única esperanza es la estación espacial Rubikon, donde se realizan experimentos con algas para intentar revertir la catastrófica situación. A pesar de este objetivo común, lamentación pertenece a una empresa multinacional con sus propios intereses. La tripulación multinacional, liderada por la capitana alemana Hannah Wagner (Julia Franz Richter) también tiene diferentes objetivos. Cuando una nueva catástrofe global parece sentenciar a toda la población mundial deja aislados a los miembros de la estación. Wagner, el británico Gavin (George Blagden) y el ruso Dimitri (Mark Ivanir) discutirán sobre qué acciones pueden tomar.
Rubikon es una película con un presupuesto muy ajustado pero al que saca mucho partido; no se siente barata en ningún momento. Como la buena ciencia-ficción, la trama contiene temas que hoy en día son un problema para todos, como el colapso ecológico de muchos ecosistemas de la Tierra y el creciente poder de las grandes empresas. Sus tres personajes, muy bien dibujados, representan tres actitudes diferentes ante un grave dilema moral que se les presenta; ninguna de ellas completamente correcta. Aunque tarda un poco en arrancar, la historia está muy bien contada y hace un buen balance entre argumento, tema de fondo y aventuras. Los tres actores protagonistas están muy correctos en sus papeles, algo básico para que la película funcione.
Y en mi opinión Rubikon funciona muy bien; es una película modesta pero muy bien realizada y con un argumento muy interesante y bien resuelto. Leni Lauritsch demuestra que es una directora a seguir; con suerte tendrá más presupuesto para su siguiente película.
Termino mi día de cine en el Auditori para ver la primera sesión de Historias para no dormir. La pasada edición del Festival ya proyectó la primera temporada de la reinvención de algunos de los episodios más relevantes de la mítica serie creada por Chicho Ibáñez Serrador realizada por directores españoles de primera línea. En esta sesión se proyectarán El transplante, dirigido por Salvador Calvo y La alarma, de Nacho Vigilando. Ambos realizadores, junto al productor Alejandro Ibáñez y los actores Javier Gutiérrez, Jordi Coll, Aníbal Gómez, Roberto Álamo y Carlos Areces, estuvieron en la sala para presentar la proyección.
El transplante transcurre en un futuro cercano en que unos tratamientos permiten rejuvenecer a las personas; quien puede permitírselo paga para tener un cuerpo joven y bello regularmente y así evitar la vejez y la muerte. Quienes tienen menos se ven obligados a ir a centros de donaciones, donde venden partes de sus cuerpos que se usan para los tratamientos de juventud. Los protagonistas son una pareja mayor (Ramón Barea y Petra Martínez) que disfrutan de una buena posición económica y tienen buenos trabajos que están a punto de perder debido a su aspecto avenjentado. Muy a su pesar se deciden a renovarse, pero no tienen dinero para pagar los dos tratamientos. Deciden que se renueve él y ahorren para posteriormente renovar a su esposa. Pero las cosas no saldrán como planean. En paralelo vemos la historia de un antiguo periodista (Javier Gutiérrez) que perdió su trabajo, que acaba en la indigencia y que se ve obligado a ser donante.
El transplante explora una situación en la que la diferencia entre los más ricos y los más pobres es abismal. Los primeros son prácticamente inmortales, jóvenes y bellos mientras puedan pagar unos tratamientos en los que, literalmente, se usa la carne de los segundos. Esta alegoría con los tiempos que vivimos es patente pero acertada; las diferencias entre los que más tienen y los que menos son cada día más grandes. Cada vez más gente queda al margen del progreso y el bienestar, las diferencias entre los extremos se acrecentan y queda cada vez menos gente en la parte media. El transplante denuncia eso con una historia interesante y un trío de actores protagonistas estupendos.
La alarma transcurre en un chalet a las afueras de una ciudad. Alguna cosa extraña ha sucedido; llueve continuamente desde hace días y todos creen que la lluvia es tóxica e impide salir a la calle a la gente. En el chalet vive una pareja (Roberto Álamo y Aníbal Gómez), pero debido a la situación dan refugio una familia formada por un matrimonio de mediana edad (Carlos Areces y Neus Sanz), su joven hija (Sofía Oria) y al abuelo (Javier Gurruchaga). No hay internet, radio ni televisión, pero aparte de eso y de la lluvia continua, nada parece amenazar a los personajes. Pero las diferencias y los roces entre los que viven en la casa no dejan de aumentar. Dos de ellos empiezan a pensar que hay algo raro en la casa que está afectando a sus mentes.
La alarma tiene una historia estupenda y está desarrollada con virtuosismo por Nacho Vigalondo. Su trama de ciencia-ficción nos presenta situaciones con ecos de los confinamientos que tuvimos que sufrir durante la pandemia. Vigalondo introduce humor y extrañeza en los diálogos y la forzosa convivencia entre un matrimonio gay y una pareja tirando a conservadora. Los actores están estupendos, potenciando la vis cómica y extraña del episodio. Un acierto total.
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