SILENT NIGHT

La británica Camille Griffin debuta en la dirección con una película curiosa: una mezcla de Los Amigos de Peter y Melancolía.

Las películas ambientadas durante la Navidad son un género en si mismas; la mayoría apuesta por la sensiblería, el buenismo y las emociones a flor de piel tan propias de esas fechas: el cine familiar por definición. Se pueden encontrar títulos que van desde Solo en casa a Love actually dentro de esa amplia oferta. De vez en cuando se cuela alguna película que propone algo en clave algo distinta, como Silent Night, el debut en la dirección de Camille Griffin, una producción que mezcla una producción familiar navideña con una situación parecida a Melaconlía, de Lars von Trier. Con un gran reparto y una cuidada producción, el resultado de la extraña mezcla es sorprendentemente bueno.

La premisa de la película es simple. El matrimonio formado por Neil (Keira Knightley) y Simon (Matthew Goode) celebra una cena de Navidad en su casa en el campo inglés a la que han invitado a tres parejas de amigos; el matrimonio formado por la esposa-trofeo y madre sobreprotectora Sandra (Annabelle Wallis) y su más callado marido Tony (Rufus Jones), al que acompaña su extraña hija Kitty (Davida McKenzie); la pareja formada por la exhuberante Alex (Kirby Howell-Baptiste) y la malhablada Bella (Lucy Punch) y formada por la joven americana Sophie (Lily-Rose Depp) y el tranquilo doctor James (Sope Dirisu). A ellos se suman los tres hijos de sus anfitriones, Art (Roman Griffin Davis, protagonista de Jojo Rabbit e hijo de la directora) y los gemelos Hardy y Thomas (Hardy y Gilby Griffin Davis, también hijos de la directora). La cena es especial porque será la última Navidad que celebrarán: una nube tóxica está cubriendo el planeta y matando a todo el mundo de forma dolorosísima. Se espera que llegue a la zona donde está la casa durante la noche. Resignadas ante lo inevitable, las autoridades han repartido pastillas para que la población se suicide y así muera de forma más indolora.

Camille Griffin, que también firma el guion de Silent Night, parece creer que el fin del mundo no será explosivo, al menos no en el civilizado campo británico. Durante buena parte de la tarde y noche los adultos ventilarán temas grandes y pequeños de su pasado (el futuro no existe), beberán en exceso, discutirán y se lo pasarán bien. Sólo Art insiste en sacar el tema del fin del mundo; está en contra de la resignación que supone tomar la pastilla de suicidio, insiste en algo se tiene que poder hacer. También duda Sophie, no tanto animada por el espíritu de lucha como por el rechazo a acabar con su propia vida.

Durante la primera parte de la película el tono es de comedia, a veces negra y a veces más amable, rozando a veces la farsa. La crítica de la clase media-alta británica y sus absurdas preocupaciones -incluso en el último día de sus vidas- es suave, sin demasiada mordida, pero divertida. La película va perdiendo el humor y va ganando en seriedad y dramatismo a medida que se acerca el momento final y todos tienen que prepararse para morir. Esta parte me gustó más; el humor que queda es el más negro y los personajes se sienten más cercanos y reales que en la primera parte. El final de la película, sorpresivo y con intención de crear un gag final memorable es divertido, pero dados los tiempos que vivimos, los colectivos antivacunas y los amigos de las conspiraciones lo pueden interpretar como un guiño a sus absurdas fantasías. No lo es; la película se escribió y rodó antes de la pandemia.

Silent Night camina todo el rato en la cuerda floja, alternando continuamente entre el drama, la comedia negra e incluso la farsa. Y la calidad del guion de Camille Griffin  y las interpretaciones hacen que funcione todo el rato. La película es divertida, inteligente y conmovedora, presentando a unos personajes no siempre simpáticos pero casi siempre creíbles.

(c) 2021 Jordi Flotats