EL DIABLO A TODAS HORAS

Fiel adaptación de una novela de Donald Ray Pollock que narra las historias cruzadas de unos personajes dañados de modos diferentes por la religiosida tóxica que se mueven por una zona rural de Estados Unidos en las décadas de 1950 y 1960.

El diablo a todas horas es otra producción de Netflix, activísima en los últimos tiempos en su faceta de productora de cine, que, como muchas otras, se caracteriza por la libertad que tienen los creadores a la hora de llevar a la pantalla sus proyectos. No tengo duda que el director Antonio Campos ha usado esta libertad para adaptar con total fidelidad la novela homónima del escritor Donald Ray Pollock. La historia que nos cuenta es negrísima, un drama lleno de pecado, redención y violencia basado en una serie de cruces casuales entre personajes atormentados, ambientado en un Ohio rural y tóxicamente religioso durante las décadas de 1950 y 1960.

La historia arranca con la vuelta a casa de Willard (Bill Skarsgård) tras la Segunda Guerra Mundial. Willard vuelve afectado por lo que ha visto durante los combates, lo que, combinado con la religiosidad de su madre y de su comunidad, le hace desarrollar costumbres religiosas muy particulares. Tras casarse y tener un hijo al que llaman Arvin, su mujer enferma y tras hechos truculentos el niño acaba viviendo con su abuela y su tío-abuelo. Crecerá con Lenora, la hija de Helen (Mia Wasikowska), una joven amiga de su abuela que desapareció un día junto a su marido Roy (Harry Melling), un predicador cuyo número consistía en llenarse la cara de arañas para demostrar su fe.

También conocemos a una pareja de asesinos en serie, Carl (Jason Clarke) y Sandy (Riley Keough). De vez en cuando salen unos días con el coche y recogen a autoestopistas que viajen solos y sean jóvenes; luego Carl los incita a tener sexo con Sandy, los fotografía y luego mata al joven.

Tras la primera parte, la acción se traslada a 1965; Arvin (Tom Holland) y Lenora (Eliza Scanlen) han crecido como hermanos y están muy unidos. Ella, extremadamente tímida y religiosa, es víctima de bullying en el instituto hasta que Arvin se cansa y lidia con sus abusadores con una violencia tan extrema como la que usaba su padre cuando se ponía furioso. Justo en esa época llega al pueblo un nuevo predicador, Preston Teagardin (Robert Pattinson), joven y vestido extravagantemente que desde el púlpito predica contra el pecado con furia. Pero cuando baja del púlpito le gusta fijarse en las chicas más jóvenes y vulnerables de su congregación, entre las que destaca Lenora.

Hace tiempo leí la novela en la que se basa El diablo a todas horas y me encantó; la historia, negrísima, llena de personajes dañados, retorcidos y corruptos, está narrada con contención, presentando los hechos sin realizar demasiados juicios -realmente no son necesarios- y con ocasional humor negro. Su descripción de la religión como elemento desestabilizador de gente fanatizada, con problemas mentales agravados por una comunidad asfiante me gustó mucho. Y viendo la adaptación, no me cabe duda que al director y guionista Antonio Campos también le gustó mucho. Campos ha intentado ser fiel al máximo, tanto al argumento como al tono. Paradójicamente esta preocupación por la fidelidad me ha parecido el principal problema de la película; la historia cuenta con un narrador, que en la versión original es el propio escritor Donald Ray Pollock, que nos va explicando la historia y a veces incluso lo que pasa por la cabeza de los protagonistas. Esto contribuye a establecer el tono de la narración y acercarla al libro, pero en una película siempre es mejor mostrar que explicar. En algunos momentos me sobró el narrador; a veces sobreexplica lo que sucede y otras explica cosas que deberíamos estar viendo.

Dicho esto, los valores de producción de la película son excelentes; la música, la fotografía y los escenarios nos trasladan a ese mundo sórdido, pobre en todos los aspectos, donde es tan difícil salir adelante. El reparto también me ha parecido excepcional; actores tan buenos como Bill Skarsgård y Mia Wasikowska aparecen en papeles más bien secundarios, pero están perfectos en sus papeles. Tom Holland ha elegido con buen criterio un rol completamente distinto al de Spiderman que lo ha hecho famoso, y con ello ha demostrado ser perfectamente capaz de afrontar roles dramáticos. Pero el que roba el protagonismo desde el momento que aparece es Robert Pattison, cuya excesiva caracterización del predicador corrupto es tan carismática como perversamente divertida.

En conjunto El diablo a todas horas me ha gustado, me ha parecido una buena película, pero más por el material de partida, los actores y los valores de producción que por la ejecución final. Creo que este material en manos de un director menos respetuoso con el libro pero más gamberro podría haber sido mucho más explosivo.

(c) 2020 Jordi Flotats