LA CONJURA CONTRA AMÉRICA

David Simon y Ed Burns, los creadores de The Wire, adaptan una novela de Philip Roth, una distopía en la que los Estados Unidos no reeligen a Roosevelt en 1940, y en lugar de entrar en la Segunda Guerra Mundial se convierten en una potencia neutral simpatizante de la Alemania nazi. La novela tiene hoy en día unos tintes por desgracia muy actuales.

Dicen que si se quiere hervir viva a una rana, en lugar de tirarla directamente al agua hirviendo, se la tiene que poner en agua templada e ir aumentando gradualmente la temperatura del líquido hasta que, sin darse cuenta, la rana acaba hervida. Esta metáfora es famosa para ejemplificar una tendencia que tenemos las personas a aceptar casi cualquier situación anómala si se nos va acomodando a ella de forma muy gradual. En La conjura contra América, la nueva serie de Ed Burns y David Simon, se usa esta idea para mostrar como un país democrático con Estados Unidos puede transicionar poco a poco hacia el fascismo. La serie adapta la novela homónima de Philip Roth, ambientada en unos Estados Unidos alternativos en los que el famoso aviador y simpatizante de la Alemania nazi Charles Lindbergh se presenta y gana las elecciones presidenciales de 1940 con la promesa de mantener a Estados Unidos fuera de la Segunda Guerra Mundial.

Ed Burns y David Simon son responsables de The Wire, una de las mejores series de televisión de la historia, un ejercicio de clarividencia y naturalismo que pone de manifiesto las vergüenzas de la sociedad estadounidense -y general de las sociedades occidentales-, tan relevante hoy en día como en el momento de su estreno. Tras The Wire su trayectoria es más irregular; Treme, centrada en la New Orleans que tenía que lidiar con los efectos devastadores del huracán Katrina, tenía momentos y personajes muy buenos pero también un exceso de metraje y personajes que sobraban; Show Me a Hero es una magnífica miniserie que realiza una reconstrucción minuciosa del Yonkers de finales de la década de 1980 y su problemática con la vivienda y The Deuce es una muy buena serie que intenta retratar el centro de New York de las décadas de 1970 a 1980, con su transición de sede de la industria del sexo y la prostitución a zona turística llena de vivienda para personas acomodadas. Todos estos trabajos tienen en común la preocupación por retratar las vidas de gente normal y mostrar como son moldeadas por el sistema político y las fuerzas económicas. Esta preocupación marca claramente La conjura contra América, la adaptación de la novela de Philip Roth que han que han convertido en serie de televisión.

En la novela la historia está contada a través de dos fuentes: una explicación en tercera persona de la transición del aviador Charles Lindbergh de héroe nacional que logró cruzar el Atlántico en solitario por primera vez a presidente de los Estados Unidos encabezando una plataforma para mantener a Estados Unidos fuera de la II Guerra Mundial y un relato de la vida de la familia Levin, una familia judía de clase media que vive en New Jersey visto desde la mirada infantil de Philip, el hijo pequeño, que a veces no termina de entender lo que está presenciando. Burns y Simon, a pesar de respetar en muchas ocasiones la mirada inocente de Philip, han optado por un enfoque narrativo distinto, dando más protagonismo a la familia y optando por una narrativa que explica más claramente al espectador lo que está sucediendo en esos Estados Unidos alternativos. El patriarca Herman (Morgan Spector) es un vendedor de seguros que tiene clara su ideología liberal y la obligación de su país a entrar a combatir contra el bloque fascista; un seguidor acérrimo de Roosevelt. Su esposa Bess (Zoe Kazan), está más interesada en su comunidad más inmediata que en la política, pero la deriva antisemita de Lindbergh le preocupa mucho. Especialmente dado la implicación creciente de su hijo mayor Sandy (Caleb Malis) y su hermana Evelyn (Winona Ryder) con el candidato. Sandy es un adolescente algo crédulo que considera a Lindbergh un héroe por sus hazañas en la aviación; por eso en el fondo no cree todo lo que -acertadamente- su padre opina sobre él. Evelyn es una solterona para los estándares de la época, pero conoce al rabino Lionel Bengelsdorf (John Turturro) y se prometen. Él es un seguidor del candidato, dispuesto a justificar todas sus decisiones baja la mejor luz posible. Lindbergh y su organización le dan un acceso alto al rabino, pero también lo usan como cobertura y demostración viviente de que no son antisemitas. El rabino está dispuesto a dispersar a la población judía por todo el país, rompiendo barrios y comunidades con la excusa de la integración dentro de Estados Unidos, de la uniformidad cultural. En este sentido se parece a la ideología presente en Alemania a principios de siglo XX que preconaba que se debía ser alemán en la calle y judío en casa, pero que tal como se dice en la maravillosa novela La familia Karnowsky, de Israel J. Singer, terminaron siendo alemanes en casa y judíos en la calle.

Por si esto fuera poco, está el primo de Herman, Alvin (Anthony Boyle), un joven algo disoluto pero muy inteligente convencido de la necesidad de la lucha contra el fascismo. Su convicción llega hasta el punto de ir a Canadá a alistarse en el ejército británico para luchar en la guerra y pagar el precio que eso supone. Alvin y Herman tienen una relación tormentosa: discuten continuamente a pesar de estar -casi- de acuerdo en todo, pero a pesar de eso se quieren. De todos los personajes, Alvin es quizás el más complejo y el más interesante; sus elecciones no siempre son acertadas, ni tiene la mejor suerte del mundo, pero sus vivencias, reacciones y contradicciones se sienten reales. Al igual que en el libro, la serie también emplea el recurso de usar el punto de vista del más joven y más inocente para mostrar el deterioro progresivo de las vidas de los protagonistas. Azhy Robertson realiza un trabajo magnífico de interpretación a través de su gestualidad contenida y su expresiva mirada; su Philip es un niño dulce e introvertido al que le encanta coleccionar sellos, dividido entre la adoración que siente su hermano por el heroico aviador y la desaprobación de su padre por sus ideas pseudofascistas. El resto de personajes son quizás un poco demasiado esquemáticos; su desarrollo es menos importante para la serie que el desarrollo de la trama, aunque los actores ayudan mucho a disimular este defecto. Morgan Spector y Zoe Kazan, especialmente esta última, derrochan carisma y logran desarrollar de forma creíble la química de un matrimonio. Su tragedia es que ambos tienen parte de razón; él acierta en todas sus críticas a Lindbergh, todos sus vaticinios se van haciendo realidad. Ella acierta pensando que a nadie le importará lo suficiente lo que le suceda a los judíos y que las estructuras cívicas y democráticas que su marido cree inamovibles, pueden fallar. Uno insiste en quedarse porque el país es tan suyo como de los que lo quieren fuera y ella quiere que emigren a Canadá porque allí tendrán una vida mejor, y en eso ambos tienen razón del todo. Menos interesantes son la pareja de "colaboracionistas". Winona Ryder da vida con su habitual competencia a una mujer que ansía por encima de todo la aceptación social que da el matrimonio y que se deja deslumbrar por el estatus social y el oropel para aceptar a pies juntillas lo que su marido precona. Ryder logra humanizar a un personaje bastante odioso mostrando que casi todas sus acciones las ejecuta con la mejor de la intenciones. El personaje del rabino Bengelsdorf es el que tiene menos sustancia tiene; a pesar de tener a un actorazo como John Turturro dándole vida, pocas veces se intuye una persona tras un personaje que es la personificación de la ceguera.

Lo mejor de La conjura contra América es la puesta en escena y el retrato social, tan lejano y a la vez perfectamente actual. Cuando leí el libro hace unos diez años me pareció una gran novela con un fondo de historia alternativa interesante pero sin ver ningún reflejo de lo que contaba en la "vida real". Da miedo darse cuenta de cómo han cambiado las cosas; y ese un gran mérito de Ed Burns y David Simon, saber darse cuenta de lo actual que se ha vuelto. A través de una narración pausada que se alarga en seis capítulos de casi una hora, los detalles sin demasiada importancia se van acumulando, los argumentos de Lindbergh y los suyos empiezan con un fondo que puede sonar a lógico, o al menos a opinable, pero poco a poco la situación va empeorando. La victoria de Lindbergh con su exaltación del aislacionismo y el "América primero" anima a elementos supremacistas y antisemitas, que ya estaban allí pero callaban, a elevar la voz y tomar acciones cada vez más radicales. Mucha gente decente o simplemente no posicionada calla por miedo. El gobierno ignora y anima el ataque a los medios de comunicación que no le son afines de forma cada vez más agresiva y empieza a implementar políticas raciales con la excusa de la americanización. Y los grupos no afines se van radicalizando como respuesta a ello. Es imposible no verla y trazar paralelismos directos con la actualidad, y no sólo la de Estados Unidos. Además ejemplifica perfectamente la metáfora de la rana; del primer capítulo al tercero, unas pequeñas vacaciones familiares para visitar la capital, Washington D.C., pasan de hecho cotidiano a viaje angustioso sin que los protagonistas hayan salido corriendo del país o hayan salido a tomar las calles.

La realización de la serie, dirigida por Thomas Schlamme y Minkie Spiro, es impecable. La recreación de la Newark de 1940 es fantástica gracias a un diseño de producción aumentado de forma indetectable por efectos visuales. Me gustó la cantidad de pequeños detalles cotidianos y la atención a las tradiciones de una familia judía de esa época, le dan al conjunto una gran proximidad y credibilidad.

La conjura contra América es una serie de televisión notable, tan bien realizada como de perfecta actualidad. Tanto la historia que cuenta como la forma en que lo hace me provocó un horror e inquietud crecientes por su verosimilitud y por la forma en la que entienden los mecanismos del odio y del miedo. Unos mecanismos con los que por desgracia nos vamos familiarizando estos últimos años.

(c) 2020 Jordi Flotats