1917

Sam Mendes, un director capaz de dirigir películas muy diferentes, ha firmado una película grabada en un falso plano secuencia ambientada en la Primera Guerra Mundial que es una gozada de ver y escuchar. Lejos de narrar una hazaña bélica, la historia sigue a dos soldados que deben pasar por un infierno para entregar un mensaje.

Todas las guerras son horribles, pero la Primera Guerra Mundial lo pone en evidencia más que casi cualquier otra. Un conflicto estancado en una estrecha franja de terreno cuajado de trincheras durante cuatro interminables años en los que los combatientes morían por decenas de miles por conquistar centenares de metros. Una generación entera de jóvenes murió para dejar sólo pospuesto un conflicto entre potencias que se acabó resolviendo en la aún más sanguinaria Segunda Guerra Mundial. Por este motivo, las mejores películas bélicas ambientadas en la Primera Guerra Mundial suelen ser historias que si no son directamente antibelicistas, evitan presentar grandes hazañas bélicas. Películas como Senderos de Gloria, Sin novedad en el frente o Gallipolli retratan un estamento militar anquilosado e indiferente, una carnicería impersonal, donde sólo el azar es el responsable de la supervivencia y unas condiciones de vida en las trincheras que sólo pueden calificarse como infernales. En esta misma línea va 1917, la última película de Sam Mendes, un director muy interesante capaz de realizar con éxito películas tan distintas como American Beauty o Skyfall. La película, rodada en por completo en un falso plano secuencia, es un auténtico tour de force técnico que narra la historia de heroismo de dos soldados anónimos para intentar salvar la vida a 1600 compañeros.

La película transcurre durante un día de 1917; las fuerzas alemanas han abandonado una sección de sus trincheras y han retrocedido detrás del bosque de Croisilles, cerca del pueblo de Écoust. En esa zona hay dos batallones ingleses convencidos que esa retirada es una muestra de debilidad; por eso han decidido atacar al alba del día siguiente para romper la línea germana. Informes de reconocimiento aéreo muestran al alto mando inglés que en realidad la retirada es una trampa y los dos batallones van a ser masacrados, pero se han perdido las comunicaciones con ellos. Convencido que el sigilo es la mejor opción, el general Erinmore (Colin Firth) decide mandar a dos hombres a pie para que crucen las trincheras alemanas, el pueblo potencialmente ocupado y contacten con los batallones antes del ataque. Los elegidos son Blake (Dean-Charles Chapman) y su amigo Schofield (George MacKay). Blake ha sido elegido en particular por su extra de motivación: su hermano mayor está destinado en uno de esos batallones.

En 1917 la forma y el contenido están ligados estrechamente. La película está rodada como un falso plano secuencia con sólo un corte evidente, donde la cámara sigue a los protagonistas muy de cerca y la acción transcurre en tiempo real. Este formato acerca al espectador a la horrible epopeya de los dos soldados, mostrando a veces justo lo que están viendo, a veces lo que les espera, siguiéndolos por túneles minados en trincheras abandonadas, subiendo por montañas de cadáveres en la tierra de nadie o huyendo de los disparos por pueblos arrasados. El virtuosismo técnico de Sam Mendes en la dirección, de Roger Deakins -un colaborador habitual de los hermanos Cohen y Dennis Villeneuve- en la fotografía y de Lee Smith en el montaje es evidente. La película es tan preciosa como horrible, a veces las dos cosas a la vez, como en una dantesca escena nocturna especialmente inspirada, elevada por la gran banda sonora de Thomas Newman. 1917 es tensa, sabe transmitir el miedo de sus protagonistas y a pesar de transcurrir en casi tiempo real tiene un ritmo narrativo muy alto. Las penurias que sufren los dos soldados van aumentando en intensidad; empiezan siendo muy plausibles y poco a poco se van convirtiendo en más improbables hasta finalizar en un crescendo completamente espectacular.

Otra parte fundamental de que 1917 funcione tan bien como lo hace es su reparto. A pesar de la presencia de grandes nombres de la interpretación británica como Colin Firth, Andrew Scott, Mark Strong o Benedict Cumberbatch en pequeños papeles secundarios perfectamente realizados, el peso de la película lo llevan los jóvenes Dean-Charles Chapman y George MacKay. Ambos están soberbios, saben transmitir mucho con muy poco y es muy fácil identificarse con sus personajes. El primero es extrovertido, aún bastante novato y está decidido a llevar a buen término la misión para salvar a su hermano. El segundo es poco hablador, superviviente de varios episodios que lo han dejado muy afectado por la guerra y más realista que su compañero respecto a sus posibilidades de éxito. Cuando se ponen en camino, ambos se ayudarán a seguir adelante a pesar del pánico casi constante que sienten.

1917 es una película soberbia, un despliegue técnico y artístico que sólo puede calificarse como impresionante, pero también con una buena historia y unos personajes detrás. También logra dar otra visión cinematográfica diferente de la Primera Guerra Mundial que une la visión subjetiva de los personajes con la grandiosidad de una puesta en escena monumental y que pone al espectador encima de la acción. Una gozada.

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