COLOR OUT OF SPACE

Richard Stanley vuelve al cine de ficción tras 25 años con una adaptación de una historia corta de H.P. Lovecraft donde muestra su imaginación para representar en pantalla un relato tan complicado.

Richard Stanley es un director que debutó con Hardware (1990) y Dust Devils (1992), dos películas donde demostraba su amor por el cine de género su personal manera de enfocarlo. También le dieron un cierto prestigio que le permitió que su siguiente proyecto, una adaptación de la novela de H. G. Wells La isla del Doctor Moreau, contara con un buen presupuesto y un reparto encabezado por Marlon Brando y Val Kilmer. Pero todo lo que podía torcerse, se torció y acabó siendo despedido pocos días después de haber empezado el rodaje. Su horrible experiencia se contó en el interesante documental Lost Soul, y debió ser tan espantosa que han tenido que pasar 25 años para que Stanley vuelva a dirigir un largometraje de ficción; desde entonces se ha dedicado básicamente a los documentales. Su última película también es una adaptación literaria; esta vez adapta la historia El color que cayó del cielo de H.P. Lovecraft de forma muy personal y el resultado, sin ser perfecto, si que es apreciable.

La película se ambienta cerca de la localidad de Arkham; rodeada de bosques antiquísimos. Cerca de allí vive la familia Gardner en una granja aislada; antes vivían en la ciudad, pero decidieron irse al campo a vivir en la casa familiar del marido, Nathan (Nicholas Cage), que intenta criar alpaca. Su esposa Theresa (Joely Richardson) trabaja como trader de bolsa desde casa. Tienen tres hijos, la mayor Livinia (Madeleine Arthur) es ya una joven, algo rebelde, contraria a la mudanza; el mediano es Benny (Brendan Meyer), que se queja menos, pero se resiente igual y el pequeño es Jack (Julian Hilliard), aún un niño. Cerca de la granja sólo vive Ezra (Tommy Chong), un viejo hippy que vive en una cabaña cercana. Ward (Elliot Knight), un hidrólogo que estudia los cauces de agua para la planificación de una futura presa, también se mueve por la zona. Una noche un extraño meteorito se estrella justo delante de la grana de los Gardner. El objeto irradia una luz de un color indefinible y de un día para otro parece haber sido absorbido por la tierra. Pronto tanto la granja y sus alrededores empezarán a cambiar; empezarán a crecer formas de flora extrañas, aparecerán nuevos insectos y los existentes, así como las personas, sufrirán cambios. La familia se da cuenta y batallará contra esto para lograr sobrevivir,

Lovecraft es un escritor muy difícil de adaptar; sus historias tienen un climax en el que los protagonistas suelen ser personas sometidas a un destino inexorable, que suele involucrar a criaturas o situaciones demasiado horribles para explicarlas en detalle, a menudo incomprensibles para la mente humana, que no tiene más remedio que caer en la locura tras su contemplación. Todo esto no le impide ser uno de los escritores que más han influido en el terror, literario y cinematográfico. Mi película lovecraftiana favorita es En la boca del miedo, de John Carpenter. Por la propia naturaleza de la historia, Richard Stanley ha tenido que dar su propia visión de ese color indefinible y difícil de asimilar. Stanley ha decidido usar una especie de púrpura ligeramente fosforescente, y con un buen trabajo de fotografía ha logrado que ese color vaya, poco a poco, impregnándolo todo en la pantalla. También se ha tomado licencias con los protagonistas de la historia, creando a esa familia de urbanitas que se ha mudado a una zona rural. En este punto el resultado es desigual; la madre y los hijos mayores están bien, el padre no termina de funcionar, especialmente porque Nicholas Cage parece estar buscando el momento para volverse del todo loco. Suele ser un actor propenso a sobreactuar, pero la verdad es que en esta película se pasa de la raya por completo. En cambio los jóvenes Madeleine Arthur y Brendan Meyer realizan muy buenos trabajos con sus personajes.

A pesar de eso, la película tiene momentos muy inquietantes, donde brilla la imaginación malsana del director y el trabajo de fotografía es muy bueno, logra plasmar muy bien la transición entre la naturaleza prístina y la misma naturaleza transformada, colonizada por el color malsano. Aunque el resultado final no sea redondo del todo, sí que me pareció apreciable. Espero que Richard Stanley continúe realizando trabajos de ficción y no tengan que pasar 25 años para que ruede otra película.

(c) 2019 Jordi Flotats