PARADISE HILLS

Paradise Hills es una fábula de ciencia ficción dirigida por la directora española Alice Waddington pero con un reparto internacional y un guion coescrito por Nacho Vigalondo y Brian Deeleuw que deslubra por su estética más que por su historia.

Paradise Hills es el debut en la dirección de la directora bilbaína Alice Waddington, que hasta ahora se había movido en el mundo de la publicidad y la moda y había dirigido el corto Disco Inferno. Partiendo de un guion de Nacho Vigalondo (Los cronocrímenes, Colossal) y Brian Deeleuw (Daniel Isn’t Real), la película presenta a una chica de la alta sociedad que es enviada a una isla paradisíaca que es parte spa, parte centro de rehabilitación y parte centro de reeducación, en un entorno futurista. El resultado es una combinación de fantasía y ciencia-ficción juveniles con una estética rompedora que parece beber directamente del anime y que seguro que provocará división de opiniones.

La historia tiene lugar en un futuro indeterminado donde la división entre ricos y pobres es completamente dramática. En este entorno, la joven Uma (Emma Roberts) es ingresada a la fuerza en una misteriosa institución situada en una isla. Su madre quiere forzarla a casarse con un joven muy rico, pero ella está enamorada de otro de clase baja. En la isla, gobernada por la misteriosa Duquesa (Milla Jovovich), recibe una alimentación controlada, un programa de ejercicio físico, sesiones de conversación destinadas a que acepte su lugar en la sociedad y algunas más extrañas para convercerla de que acepte a su pretendiente rico. Allí se hará amiga de Amarna (Eiza González), una cantante superfamosa que quiere grabar su propio material; de Chloe (Danielle Macdonald) una chica con sobrepeso pero sin complejo por ello y de Yu (Awkwafina), una chica adoptada por sus tíos de clase alta que tiene problemas para adaptarse al estilo de vida y comportamiento que se requiere de ella. A medida que pasan los días van comprendiendo que lo que sucede en realidad en la isla es aún más siniestro de lo que parece.

Paradise Hills presenta una propuesta visual tan apabullante como bonita. La película está saturada de colores; verde, rosa, blanco. Los vestuarios de inspiración victoriana son espectaculares y combinan perfectamente con los entornos idílicos de una isla llena de vegetación y cuidados jardines que envuelven edificios entre modernos y kitsch. Las chicas reciben estímulos para reeducarlas en un entorno de realidad virtual mientras están subidas a un caballito de tiovivo suspendido del techo de una habitación gigantesca. Este envoltorio visual alucinante disimula algunos agujeros argumentales y diálogos que a veces no terminan de funcionar en una historia que ensalza la individualidad y la libertad personal y critica la superficialidad. Algo un poco contradictorio teniendo en cuenta que la película tiene como bandera su estética. Pero esos agujeros quedan en parte compensado por un buen reparto; las cuatro actrices jóvenes tienen buena química y hacen que la relación de amistad que desarrollan se vea natural.

En mi opinión el desenlace de la película es su peor parte. La historia se va desarrollando más o menos bien hasta que se descubre el verdadero propósito de la isla. En este punto, cuando se desata el conflicto, se realizan sacrificios y se resuelve el destino de los personajes, el guion se precipita y da la sensación que quiere cerrar cuanto antes la historia, quitando dramatismo y dando pocas explicaciones.

Paradise Hills es una película que visualmente me pareció espectacular, me gustó mucho. La historia -con guion de Nacho Vigalondo-, no me gustó tanto, pero si se lee en clave de cuento de hadas y se perdona un final algo precipitado, no estropea demasiado el conjunto.

(c) 2019 Jordi Flotats