ÉRASE UNA VEZ EN... HOLLYWOOD

Quentin Tarantino vuelve con una de sus películas más positivas, una historia de amor por el Hollywood de finales de 1960. Con un reparto larguísimo, encabezado por Leonardo DiCaprio, Brad Pitt y Margot Robbie, la película retrata una época y una industria del cine y la televisión que estaba a punto de cambiar.

Una de las cosas que más me gusta de Quentin Tarantino es que siempre hace la película que tiene ganas de hacer, tomándose el tiempo que cree necesario. Su último trabajo, Érase una vez en... Hollywood, el noveno de una filmografía tan corta como meritoria, es un canto de amor del director hacia el Hollywood del final de la edad de oro con un reparto deslumbrante y una realización que es una auténtica obra de arte. Una película enorme en todos los sentidos, empezando por sus más de 160 minutos de duración que a mí me pasaron volando.

Érase una vez en... Hollywood se ambienta en el Los Angeles de 1969, una época convulsa y llena de cambios en unos Estados Unidos en plena Guerra de Vietnam donde la contracultura está en su apogeo. Sus protagonistas son el actor Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y su amigo y doble de acción Cliff Booth (Brad Pitt). Dalton se acerca a los cuarenta con un carrera que está entrando en decadencia; su momento de gloria fue durante los cincuenta, cuando fue el protagonista absoluto de la serie televisiva de vaqueros Bounty Law, donde interpretaba a un duro cazarecompensas. Tras una frustrada carrera en el cine, ahora, desencantado y semialcoholizado, se dedica a interpretar villanos en pilotos de nuevas series mientras sopesa si aceptar irse a Europa a protagonizar spaghetti-westerns. Gracias a su éxito pasado vive en una casa en Benedict Canyon, una zona cotizada de la ciudad. Sin ir más lejos, sus vecinos son el brillante y joven director Roman Polanski () y su esposa, la actriz Sharon Tate (Margot Robbie). Booth es un tipo lacónico y de apariencia tranquila, pero con un pasado turbio a sus espaldas. En los años de éxito fue doble de acción, pero ahora ya no encuentra trabajo y es una mezcla entre amigo y factótum de Dalton; pasan muchas horas juntos y lo apoya en sus horas bajas, pero también conduce para él y hace chapuzas en su casa. Por pura casualidad conoce a Pussycat (Margaret Qualley), una chica hippy que vive en una comuna liderada por Charles Manson que está instalada en un antiguo rancho donde se había rodado Bounty Law e incluso llega a visitarlos allí.

La película está dividida en dos partes separadas por un paréntesis de seis meses; un planteamiento que ocupa más de la mitad del metraje y un desenlace que no dejará indiferente a nadie y donde se comprende del todo el porqué de su título. Básicamente sigue las andanzas de Rick Dalton y Cliff Booth, con algunos interludios que muestran momentos más o menos cotidianos de la la vida de Sharon Tate, la cual, a pesar de ser vecina de Dalton, no se cruza con él en ningún momento. Tarantino juega en todo momento con que el espectador ya conozca los infames asesinatos cometidos por la Familia de Charles Manson en 1969, unos hechos que causaron una enorme conmoción en Estados Unidos en general y en Hollywood en particular; hay quien sostiene que dieron la puntilla final al espíritu de “paz y amor" de la década de 1960. Este conocimiento da a algunas escenas un aire ominoso que de otra forma es posible que no lo tuvieran y una emotividad especial a los momentos en los que aparece Tate.

Viendo Érase una vez en... Hollywood es imposible dudar del amor que siente Quentin Tarantino por la época y por el tipo de personajes que retrata. La luminosa fotografía, que se recrea largas tomas de Los Angeles mientras los personajes conducen, el amor por los pequeños detalles mostrado en los vestuarios y las localizaciones de la ciudad son una muestra de esa afinidad. También queda claro su gusto por los westerns televisivos y las películas de serie B de las décadas de los 50 y 60. Aprovechando la ambientación, ha llegado a rodar hilarantes escenas enteras de westerns y de películas que protagonizó Rick Dalton.

Al contrario que en The Hateful Eight, su anterior película, en esta Tarantino demuestra tener cariño a sus personajes protagonistas. Leonardo DiCaprio da vida a un hombre lleno de taras pero también extrañamente entrañable por su vulnerabilidad; su Rick Dalton es vano, reaccionario y bastante alcohólico, pero también es inseguro, algo tartamudo cuando no está actuando y no carece de corazón. DiCaprio realiza una actuación excepcional y llena de matices, demostrando que se le dan mucho mejor este tipo de papeles que los de hombre de acción. Brad Pitt usa su evidente carisma y atractivo para dar vida a Cliff Booth, un personaje poco hablador y completamente imperturbable, pero con una evidente oscuridad interior; es evidente para el espectador la violencia latente detrás de esa fachada de calma. Margot Robbie, una actriz capaz afrontar papeles muy distintos, está magnífica en su caracterización de Sharon Tate. Su personaje es completamente positivo; una mujer encantadora, amistosa con todo el mundo y quizás demasiado confiada, quizás una personalización de esos tiempos más inocentes que pueden quedar atrás. Me pareció preciosa la escena donde entra en un cine donde están proyectando The Wrecking Crew, una película donde intervenía junto a Dean Martin. Mientras la ve recuerda como Bruce Lee -al que Tarantino no trata con demasiado cariño- le enseña cómo realizar sus escenas de acción y observa encantada las reacciones positivas del público.

La dirección de Quentin Tarantino es tan excepcional como siempre; la película es un festín para la mirada, con escenas magistrales como la que ya he comentado o otra en la que el personaje de Brad Pitt visita el rancho de Charles Manson, realizada con una enorme y creciente tensión. También me pareció fantástico un encadenado de flashbacks realizado mientras ese mismo personaje repara una antena de televisión. Los diálogos me gustaron; quizás no están al nivel de otras de sus películas, pero hay que recordar que Tarantino es especialmente bueno en eso. No me gustó demasiado la presencia de un narrador en algunos momentos puntuales, me pareció innecesario.

Aparte de la dirección, la dirección de fotografía y el vestuario, el casting es alucinante; aparte de la terna de protagonistas, el reparto está lleno de grandes actores que realizan papeles pequeños pero que elevan mucho el nivel de la película. La banda sonora, como siempre, es perfecta para lo que narra. Como en Reservoir Dogs, en esta película se usa la radio -de los coches- para introducir música y para ambientar la época con programas que suenan de fondo mientras los personajes conducen.

El final de la película, sin entrar en spoilers, sorprende y probablemente no guste a todos. Personalmente a mi me chocó un poco y me dejó con la sensación inicial de no saber exactamente qué me acababan de contar. Pero, a diferencia de otros trabajos de Tarantino, Érase una vez en... Hollywood es una de esas películas que te dejan pensando en ellas tras verla y que te terminan por gustar más tras unas horas. Tarantino nunca ha realizado una película realista en su vida y en esta ha querido contarnos una fábula centrada en su amor por Los Ángeles y por el Hollywood clásico, tanto el glamouroso como el más prosaico, el de la televisión y la serie B. Por este motivo la película es sin duda uno de sus trabajos más positivos y luminosos -dentro de un orden-. Esto, el hecho que gire alrededor de la industria del cine y su muy cuidada producción la hace una candidata muy firme a acaparar nominaciones en la temporada de Oscars. Personalmente me parece uno de los trabajos mayores de un director poseedor de varias obras maestras en su filmografía.

(c) 2019 Jordi Flotats