Crónica del Lunes 8/10/2018

Crónica del 5o día. Películas: Prospect, I Think We're Alone Now, Journal 64 y The Spy Gone North




Hoy Greg Nicotero hay vuelto a visitar Sitges. Empezó su carrera como especialista en efectos de maquillaje con El día de los muertos (1985), de George A. Romero, bajo el tutelaje del maestro Tom Savini. A partir de entonces ha trabajado en multitud de películas y series de televisión de todo tipo; desde Mullholland Drive hasta Hostel, pasando por Kill Bill. En imdb está listado en 178 producciones. En The Walking Dead, aparte de supervisar el maquillaje ya ejerce también como productor y ha dirigido alguno de sus episodios. Hoy en Sitges ha presentado el estreno del primer capítulo de la novena temporada de la serie.

También hoy en Sitges, Binge –el servicio de video on demand con tecnología blockchain–y Slate –plataforma de venta de entradas mediante criptomoneda–, patrocinadores principales del Festival, han celebrado su acuerdo con un encuentro al que se sumaron los talents del certamen, la industria y la prensa acreditada. El Slate Entertainment Group (SEG) está teniendo una fuerte presencia durante el Festival, dirigiendo paneles sobre el blockchain centrados en sus plataformas y en la forma en que esta nueva tecnología está revolucionando la producción y distribución del contenido audiovisual a nivel global.

Empiezo el día viendo por la mañana la película de ciencia-ficción Prospect, de Zeek Earl y Christopher Caldwell, en el Casino Prado. La película es de esas que cuestan de encontrar en los tiempos que corren; ciencia-ficción de aventuras con aire de western con un presupuesto muy ajustado pero con grandes dosis de imaginación y muy buenas decisiones creativas. Un padre y su hija (Jay Duplass y una excelente Sophie Thatcher) viajan en su vieja nave a una luna de un gigante gaseoso para recolectar Aurelacs, una especie de gema muy valiosa y muy difícil de recolectar que se obtiene de las raíces de una planta nativa. La luna alberga vida; tiene grandes y frondosos bosques, pero su atmósfera es tóxica para los humanos. Tiempo atrás hubo una fiebre del oro, pero ahora se considera que no quedan suficientes Aurelacs para que merezcan la pena los riesgos de recolectarlos. Por eso la linea regular de naves transportadoras en la que han llegado cierra; este es el último viaje que hacen a la luna. Eso significa que padre e hija tienen poco tiempo para realizar su misión. Tras un aterrizaje complicado, las cosas se complican aún más cuando se encuentran con dos náufragos liderados por Ezra (Pedro Pascal), un tipo de verbo florido y moralidad ambigua.

Desde que llegan a la luna, la película toma el tono de un western con una componente de aventuras; desde siempre la ciencia-ficción ha tenido contacto con esos géneros por tener lugar en lugares fronterizos, con poca o ninguna ley. Los personajes son gente desesperada; padre e hija son gente humilde, con pocos recursos. Su equipo es viejo y está parcheado y su nave es un cascajo que casi no sobrevive al aterrizaje. Aunque los personajes están sólo esbozados, el buen trabajo de los actores les da sustancia. Pero la principal baza de Prospect su la ambientación. Zeek Earl y Christopher Caldwell sacan todo el partido posible de un entorno boscoso, unos efectos especiales modestos pero eficaces, un buen diseño de sonido que acompaña a una banda sonora efectiva y un gran diseño de producción. Los equipos parecen exóticos pero funcionales, utilizados y reparados mil veces. Otra gran baza de la película es que, a través de detalles sutiles y evitando dar demasiadas explicaciones, logra crear la impresión de estar viendo hechos que ocurren en un entorno más vasto. Me gustó y me quedé con ganas de saber más y ver más historias de ese universo.

Por la tarde me voy al Auditori a ver la película estadounidense I Think We're Alone Now, de Reed Morano. Morano empezó su carrera como directora de fotografía y se pasó a la dirección dirigiendo episodios de las series Billions, Halt and Catch Fire y El Cuento de la Criada; por esta última ganó el Emmy a la mejor dirección y producción. Por su última película, I Think We’re Alone Now, ganó el Premio especial del jurado a la Mejor Dirección en el Festival de Sundance de este año. La película se ambienta en un mundo post-apocalíptico que sirve como excusa para contar una historia sobre la soledad y la pérdida.

Del (Peter Dinklage) fue el único superviviente en su pueblo de 1600 habitantes cuando aconteció un extraño fenómeno que provocó la muerte súbita de casi todo el mundo. Que él sepa, podría ser el único superviviente del mundo. Ha convertido su vida en una rutina; vive en la biblioteca donde trabajaba y metódicamente va casa por casa recolectando todo lo que le puede ser útil (básicamente baterías), recogiendo los cadáveres, limpiando la casa y enterrando los cuerpos en un campo a las afueras. Pesca a menudo en el lago cercano para tener pescado fresco y lee mucho. Su existencia parece plácida y ordenada. Pero todo cambia cuando aparece Grace (Elle Fanning), en un coche lleno de fuegos artificiales y una pistola. A pesar de las reticencias de Del, se acaba instalando en el pueblo e incluso ayudándolo en sus tareas. Cuando la situación parece encauzarse entre ambos, sucede algo que Del no espera y que un giro radical a las cosas.

Reed Morano, que también se encarga de la fotografía, ha creado una película visualmente bellísima. Convierte un pueblo invernal y gris en un escenario triste, como congelado en el tiempo. El reparto es lujoso; en una película con sólo cuatro actores con diálogo, los cuatro están perfectos en sus papeles. La historia empieza tratando la soledad a través del personaje de Del; un hombre solitario que anhela el contacto humano más de lo que se cree y que le cuesta pasar página de su vida pasada. En su algo sorpresivo tramo final, la película estudia las diversas reacciones al trauma de la pérdida. Una pérdida gigantesca para los que han sobrevivido; algunos optan por intentar olvidar todo lo posible, suprimir el dolor con la negación. Otros, como Del, optan por anclarse en recuerdo de lo que se ha perdido. El final de la película, abierto aunque satisfactorio, parece apostar por una vía intermedia.

Sin pausas, vuelvo a entrar al Auditori para ver la película danesa Journal 64, de Christoffer Boe. La cinta es la cuarta entrega de una serie de películas que adaptan los libros del departamento Q del escritor de novela negra Jussi Adler-Olsen tras Misericordia: Los casos del Departamento Q (2013), dirigida por Mikkel Nørgaard, Profanación: Los casos del Departamento Q (2014), también dirigida por Mikkel Nørgaard y Redención: Los casos del Departamento Q (2016), dirigida por Hans Petter Moland. El departamento Q de la policía es el encargado de tratar casos complejos o de alto perfil. Está encabezado por Carl Mork (Mikkel Nørgaard), un policía socialmente inepto pero brillante. Precisamente por eso la película empieza con Assad (Fares Fares), mano derecha de Carl Mørck, anunciando su traslado a otro departamento de la policía, un ascenso, pero también un síntoma del cansancio que supone trabajar con un tipo tan brillante pero tan difícil de tratar y al que le cuesta tanto expresar cualquier signo de apreciación por el trabajo de los demás. Sólo le queda una semana en el puesto, pero justo entonces aparecen tres cadáveres en una escena dantesca; momificados detrás de un falso muro, sentados a una mesa como si tomaran el té. El piso pertenece a una antigua enfermera, Gitte Charles, y lo que conecta a los muertos con ella es que estuvieron relacionados con un centro estatal para chicas descarriadas donde durante la década de 1960 se practicaron abortos e incluso esterilizaciones. La investigación les conducirá hasta algo muy gordo.

En paralelo a la investigación la película va realizando una serie de flashbacks ambientados en el centro. La protagonista es Nete (Fanny Bornedal) una chica enamorada y embarazada de su primo, algo que enfurece a su padre, que la hace internar. Allí la chica sufrirá el sadismo de Gitte Charles (Luise Skov) y especialmente del doctor Curt Wad (Elliott Crosset Hove), un firme convencido de la selección de los más aptos y los que más contribuyen al estado del bienestar. Los menos aptos, ya sea social o racialmente, deben ser esterilizados para que no añadan una carga al estado. Esta forma narrativa tiene la ventaja de complementar el presente con los sucesos del pasado, pero le restan capacidad de sorpresa a la resolución de la trama. Me gustó su crítica sin miramientos al racismo y al clasismo disfrazados bajo una capa pseudocientífica y otra de ‘interés social’ que aún hoy en día siguen vigentes en algunos estamentos sociales. Una crítica muy oportuna visto el auge de las extremas derechas xenófobas e anti inmigración que azotan el continente Europeo.

Termino el día de cine volviendo al Casino Prado para ver el thriller surcoreano de espionaje The Spy Gone North, de Yoon Jong-bin, el autor de la espléndida Nameless Gangster. La película, que llega en un momento muy oportuno debido a las recientes tensiones en la península de Corea, se traslada un par de décadas en el pasado para contar una historia de espionaje basada en un hecho real sobre un espía del Sur que logró llegar hasta la cúpula del Norte.

Park Sun-young (Hwang Jung-min) es un oficial del ejército del Corea del Sur con una carrera impecable. A mediados de la década de 1990 es elegido por el Director Choi (Cho Jin-woong), pertenenciente al Servicio Nacional de Inteligencia, una rama del espionaje surcoreano, para una operación de inflitración a largo plazo en el régimen del Norte. El objetivo final es obtener información sobre el incipiente programa nuclear del régimen de Kim Jong-il. Se le asigna el nombre en clave de Black Venus; sólo el director conocerá su identidad para evitar filtraciones. Pero el camino hasta el objetivo es largo; Park Sun-young debe abandonar el ejército en desgracia, empezar a beber y dejar a deber dinero para ir construyendo una imagen de empresario turbio. Como tal viaja a Beijin para intentar hacer negocios con la delegación de Corea del Norte. Su objetivo es atraer la atención (y la codicia) de Ri Myong-un (Lee Sung-min), director del Consejo Económico Externo, el organismo que controla el comercio con el extranjero del Norte. Tras múltiples y tediosas gestiones logra llegar hasta él y proponerle un negocio de publicidad; empresas surcoreanas pagarán a su empresa para rodar anuncios en localizaciones emblemáticas del norte y él pagará al gobierno del norte para que lo permitan. Esto le permitirá entrar en el país e intentar sacar toda la información posible. Aunque Ri Myong-un parece receptivo a la entrada de royalties, muchas capas de seguridad y paranoia aún lo separan del éxito. Pero parece que lo va a conseguir: llega a viajar a Pyongyang para obtener el visto bueno personal del mismísimo Kim Jong-il. Paradójicamente, el plan puede venirse abajo por culpa de su propio bando. Se acercan unas elecciones en Corea del Sur, y la victoria del partido que lleva casi cincuenta años en el poder está en peligro; eso provocará un acercamiento extraño con el régimen del Norte.

The Spy Gone North es un fascinante thriller de espionaje que narra con gran claridad y madurez una madeja de intereses muy complejos. En vez de las habituales dosis de acción y suspense que suelen ser habituales en este género, la película prefiere optar por contar las cosas de una forma mucho más parecida a cómo son en realidad. Eso no quiere decir que no sea emocionante; el protagonista camina por el filo de una navaja durante casi toda la película. La cinta está llena de momentos de gran tensión. Yoon Jong-bin logra transmitir la sensación que cualquier cosa (mala) puede suceder en casi todas la interacciones con los oficiales de Corea del Norte. Esta sensación llega a su cúspide en la entrevista que mantiene con Kim Jong-il. La dirección de Yoon Jong-bin y el guion que ha coescrito con Sung-hui Kwon son excelentes. Logran explicar de una forma clarísima y amena una historia compleja. También se entiende muy bien la situación política e histórica de Corea del Sur a finales del siglo XX, importante en la trama. La fotografía de Choi Chan-min y la puesta en escena son impecables; logran diferenciar a la perfección los ambientes de tres países distintos. Las escenas ambientadas en Pyongyang me parecieron impecables, quizá porque lo retratan justo como nos lo imaginamos en el oeste.

Su crítica de las cloacas del estado de Corea del Sur es casi tan feroz como la que realiza del Norte; pintado como un régimen brutal, paranoico, con luchas soterradas para ganar el favor del dictador y con una población en situación de miseria. El partido que gobierna el Sur está completamente apalancado en el poder y dispuesto a todo para mantenerlo, con un Servicio Nacional de Inteligencia puesto a su servicio para ayudarles a conseguirlo. Temen que un cambio de gobierno suponga un cambio en la cúpula del servicio o incluso una reforma que exponga sus múltiples vergüenzas. Para mantenerse no dudan en jugar con el miedo de sus ciudadanos a una guerra con el Norte. Por eso llegan a sobornar al régimen de Pyongyang para que emprenda alguna acción ofensiva que asuste a la gente para que pidan mano dura y opten por la continuidad al votar. Ambos régimenes se benefician de la tensión y las malas relaciones entre los dos países; cada acción ofensiva del otro sirve para reforzar su postura ante su gente. La única nota de esperanza es la que ofrece el genuino deseo de acercamiento y normalización que sienten el espía y el director del Consejo Económico Externo de Corea del Norte, que seguramente puede extenderse a una gran parte de la población. Me ha parecido una película tan espléndida como necesaria para comprender mejor el presente en el que vivimos.

(c) 2018 Jordi Flotats

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Subido por Jordi Flotats con fecha 19/10/2018 13:07:35