GRAN TORINO

Un memorable Clint Eastwood crepuscular

Clint Eastwood, a sus setenta y ocho años, es uno de los últimos representantes del Hollywood clásico en activo. Tan activo como para mantener un ritmo de rodaje de prácticamente dos películas por año; después de El Intercambio, un proyecto que olía a encargo, llega Gran Torino, una película con la que Clint Eastwood parece cerrar un ciclo de personajes que ha encarnado como nadie a lo largo de las últimas décadas.

Con expresión hierática y proverbial mala leche, Eastwood da vida a Walt Kowalski, un anciano retirado que acaba de enviudar. Veterano de la guerra de Corea, Walt trabajó toda su vida en la Ford, vive en un barrio castigado por las pandillas y la droga que pasó de albergar familias de clase media trabajadora blanca a inmigrantes pobres procedentes de la etnia asiática hmong. Tiene dos hijos, pero su relación con ellos es escasa; de hecho, muerta su mujer, prácticamente no se relaciona con nadie, pasa las tardes en su porche bebiendo cerveza y quitándose de encima al joven y bienintencionado cura de la parroquia local. Su más preciada posesión es un Ford Gran Torino de 1972 que mantiene en perfecto estado. Walt encarna los valores norteamericanos tradicionales: es individualista, orgulloso, severo, trabajador y desconfía de lo extranjero. También es conservador (casi reaccionario) y está cargado de prejuicios racistas.

Pero las circunstancias le llevan a relacionarse con sus vecinos hmong, especialmente con los jóvenes Thao Vang Lor (Bee Vang) y su hermana Sue (Ahney Her). Ambos se ven enredados en problemas con las bandas locales y Walt se siente obligado a intervenir.

Gran Torino supone una película mucho más pequeña y menos ambiciosa que El Intercambio, pero a mi me pareció mucho más satisfactoria. La película se resiste a una clasificación de género; no es una película de acción, ni un drama ni una comedia, pero tiene elementos de todo ello. Clint Eastwood es su protagonista absoluto, me es imposible pensar en otro actor interpretando su papel. Su personaje, al ser interpretado por él, despierta en el espectador los ecos de Harry Callahan, del Predicador y de algunos otros héroes más o menos justicieros interpretados por él. Pero sólo ecos; Gran Torino no es una película de Harry El Sucio, en Gran Torino su protagonista conoce las consecuencias de la violencia, tanto en quien la sufre como en quien la inflinge, sin importar las justificaciones que tuviera para hacerlo.

La película tampoco realiza grandes esfuerzos por sacar conclusiones morales, nos cuenta la historia de un hombre que descubre la amistad donde menos lo esperaba y que logra encontrar una redención que en el fondo llevaba buscando toda su vida, pero eso no provoca un cambio sustancial en sus creencias y opiniones; Walt Kowalski es como es desde el principio hasta el final de la película.

Eastwood está inmenso en su papel, dotándolo de multitud de matices. Está convincente en las partes más cómicas y impresionante en las partes en las que debe parecer intimidante. Y con 78 años logra parecerlo, aunque casi toda la violencia sea verbal. El resto del reparto que lo acompaña es bastante más flojo, sólo cumple con los mínimos exigibles sin llegar a arruinar el conjunto.

La dirección es impecable, la película está narrada con fluidez y su aspecto es clásico y elegante, como todo lo que rueda Eastwood. Cada escena tiene el énfasis y el tono precisos sin que la mano del director sea demasiado evidente.

En conjunto Gran Torino me ha parecido una muy buena película que sólo habría podido ser mejor con mejores interpretaciones de los actores secundarios. Clint Eastwood manifestó que probablemente sería su última película como actor; espero que no sea cierto, pero si lo es Gran Torino es una despedida por la puerta grande.

(c) 2009 Jordi Flotats