VÍA REVOLUCIONARIA

Una tragedia firmada por el director de American Beauty

Revolutionary Road está basada en la primera del autor Richard Yates, publicada en 1961, y aunque que contó con una acogida cálida, quedó algo aclipsada por el auténtico boom de títulos y autores más iconoclastas más en boga por esa época. Aunque los derechos cinematográficos se adquirieron enseguida (John Frankenheimer se planteó realizar la adaptación, pero acabó realizando El Mensajero del Miedo), el proyecto no llegó a cristalizar hasta la actualidad. De la puesta en imagen se encarga Sam Mendes, un director de cine que empezó en el teatro y que ya en la magistral American Beauty supo retratar a la perfección la cara oscura de los suburbios de las ciudades americanas, de esa clase media-alta que siempre se nos retrata como idílica, como una postal de la felicidad y la prosperidad. Pero en el fantástico guión de Allan Ball, aparte de un retrato ácido y certero de la sociedad, había buenas dosis de farsa y de humor; Revolutionary Road en cambio tiene la forma de una tragedia, sin trazas de ironía que suavicen el tema.

La película retrata el nacimiento de los barrios suburbiales de las ciudades americanas con una puesta en escena que recuerda a la de la gran serie Mad Men por lo fantásticamente detallista. La prosperidad que trajo la Segunda Guerra Mundial a Estados Unidos sumada al inicio de la Guerra Fría provocó el nacimiento de una creciente clase media con un buen poder adquisitivo, conservadora y preocupada por la seguridad, que progresivamente fue abandonando los centros de las ciudades y se trasladaró a nuevos barrios periféricos con grandes casas con jardín y mayores tranquilidad y seguridad ciudadana. Los efectos prácticos de eso fueron que los maridos se pasaran la mayor parte del tiempo en sus trabajos en la ciudad y las esposas quedaran al cargo de la casa y los hijos. Aunque probablemente este modelo hizo feliz a mucha gente, otra probablemente se vio inmersa en sus redes sin pretenderlo. La pareja protagonista de la película, Frank (Leonardo DiCaprio) y April (Kate Winslett) Wheeler están entrando en la treintena y tienen dos hijos; Frank tiene un trabajo que le aburre y le frustra en una gran empresa. Entre los desplazamientos y la larga jornada laboral pasa casi todo el día fuera de su casa. April es una aspirante a actriz que acaba por aceptar que no tiene talento para ello, quedando reducida a su casa en los suburbios, donde tiene que pasar casi todo el día. Cuando se conocieron ambos se creían destinados a mayores metas vitales, o al menos más vocacionales, y ambos estaban imbuidos del sentimiento de ser especiales. Actualmente sus principales amistades son una pareja vecina, Shep y Mimi Campbell (David Harbour y Kathryn Hahn), que intentan autoconvencerse de su felicidad y los Givings (Richard Easton y Kathy Bates). Los Givings son una pareja mayor con un hijo, John, un brillante licenciado en matemáticas pero al que ingresaron en una institución mental.

Ninguno de los dos es feliz, ambos se sienten atrapados y además les frustra ver que ellos que se creían gente especial, se están convirtiendo en vulgares habitantes de los suburbios. Harta de la situación, April decide proponer a su marido que emigren a París; ella trabajaría como secretaria y él no tendría que trabajar hasta que encontrara una actividad que le llenara más que su actual trabajo, de este modo podrían intentar realizarse más y salvar su matrimonio. Inicialmente Frank acepta, empiezan los preparativos para irse y lo anuncian a sus amigos, que reciben la noticia con evidente escepticismo. Pero la situación se complica cuando a Frank le ofrecen un ascenso y aumento de sueldo en su trabajo y April queda embarazada de nuevo.

Revolutionary Road es una película muy dramática que retrata espléndidamente los años cincuenta y que además plantea temas que hoy en día son completamente vigentes como el final de la juventud, cuando casi todo el mundo se da cuenta que se ha convertido en un ciudadano corriente, quizá en sus propios padres y lo difícil que resulta salir del circuito que marca la sociedad e intentar vivir de forma distinta. La historia se centra completamente en la pareja protagonista, siendo los demás personajes instrumentos de la narración: los Campbell ejemplifican la aceptación de la mediocridad, Helen Givings su exaltación, Howard Givings su huida y su hijo John ejerce el papel de Casandra; siempre dice la verdad y proporciona análisis certeros de lo que pasa, pero está en una institución mental recibiendo electroshocks mientras todo el mundo intenta no escucharlo.

Dada la forma de la película, es imprescindible que sus dos protagonistas absolutos estén a la altura, y ciertamente lo están. Leonardo DiCaprio borda su papel de hombre que quiere ser distinto pero que tiene miedo de dar el paso y que se siente amenazado por su mujer cuando ella se lo facilita. Quizá podría achacársele un exceso de histrionismo a su interpretación, pero en general es muy convincente. Kate Winslett en cambio está absolutamente perfecta, esta genial actriz parece capaz de interpretar cualquier papel de manera creíble; en este caso ha optado por una interpretación bastante contenida (teniendo en cuenta el papel), transmitiendo muchísimos matices de forma sutil. Sin duda, sin la interpretación de Winslett mejora muchísimo la película, otorgándole verosimilitud.

El resto de los actores cumple a la perfección con sus roles, destacando Kathy Bates y Michael Shannon en sus roles de madre y hijo completamente contrapuestos. Bates encarna a la perfección el papel de ama de casa y anfitriona perfecta que fuerza a su familia a cumplir con el estereotipo a cualquier precio. Shannon interpreta un personaje al que se trata como a un loco (electroshocks incluidos) por ser demasiado lúcido y decir la verdad sin tapujos sin la característica hipocresía que suele servir como lubricante social.

En el aspecto técnico Revolutionary Road es impecable, la fotografía de Roger Deakins y el obvio esfuerzo de ambientación realizado transportan al espectador a los colores sobrios y tonos pastel de los años cincuenta del pasado siglo. Sam Mendes ha demostrado que es muy capaz de extraer lo mejor de sus excelentes repartos y esta película no es una excepción; también como siempre dirige la película con elegancia y sobriedad. Quizá puedan acharcárseles algunas lagunas en su ritmo y alguna reiteración excesiva de lo mal que va la relación de la pareja protagonista que hacen que el interés decaiga en algunos momentos, pero también tiene momentos brillantes que lo compensan de sobras.

Sólo me queda recomendar esta notable película a todo el mundo, incluso a los poco amantes del melodrama, porque esta película, como toda tragedia, nos ofrece el sacrificio de unos personajes que se han enfrentado a fuerzas ciegas, en este caso las convenciones sociales y la estructura misma de nuestra sociedad, temas perfectamente vigentes hoy en día.

(c) 2009 Jordi Flotats