SOUTHLAND TALES

El apocalipsis pop de Richard Kelly

Southland Tales es el segundo y esperado trabajo como director de Richard Kelly tras su increible debut con Donnie Darko. Después de casi tres años de producción y más de 17 millones de dólares entregó una película que fue estrenada mundialmente en el Festival de Cannes de 2006 y mayoritariamente destruida por la crítica y que en su posterior explotación en las salas de cine (tras un recorte en su duración y la adición de más efectos especiales) recaudó unos miserables 356.000$ y pasó sin pena ni gloria al mercado del DVD. Un batacazo monumental, pero ¿hay para tanto? ¿tan mala es? La respuesta no es sencilla.

Southland Tales es una crónica de los eventos que conducirán al fin del mundo, "no con un quejido, sino con una explosión" (not with a whimper but with a bang); ambientada en un Los Ángeles en 2008, Texas ha sufrido atentados con bombas nucleares, lo que ha precipitado el inicio de la tercera guerra mundial y el auge de leyes que limitan la libertad del ciudadano y anulan su privacidad. Hay una enorme crisis energética por la falta de petróleo, pero también se está provando en Los Ángeles una nueva forma de energía, "el karma líquido", desarrollado por el excéntrico barón alemán Von Westphalen. En California se están radicalizando grupos neomarxistas para protestar contra el gobierno. La trama de Southland Tales gira alrededor de un actor de cine de acción (Dwayne Johnson, "The Rock") que desapareció y ha vuelto a aparecer con problemas de amnesia que está casado con la hija del gobernador de California, ahora en plena reelección y que se ha relacionado con una actriz porno (Sarah Michelle Gellar) que realiza un reality show en directo y que tiene conexiones con los neomarxistas, que a su vez están preparando una trama para hacerle chantaje con la ayuda de un policía y ex-soldado que busca a su hermano gemelo (William Scott). ¿Confuso? Y eso que no he hablado del barón Von Westphalen, implicado en una oscura trama de dominación mundial y su curioso séquito, ni del misterioso traficante de armas que pasea con su camión de helados interpretado por el entrañable Christopher Lambert. Tampoco he mencionado que la película tiene a ratos un narrador que es un soldado (Justin Timberlake), adicto a una droga experimental que está destacado en California tras volver de Irak. Ah sí, y también hay algunos números musicales.

Como puede verse la trama es cualquier cosa menos clara y aún menos plausible. La película está salpicada de escenas que no casan bien unas con otras y con errores de continuidad importantes. Antes de su estreno comercial y después de su estreno en Cannes se publicaron tres novelas gráficas que teóricamente suponen la primera parte de la historia que cuenta Southland Tales, que a la manera de una saga galáctica, es un episodio IV. Al parecer, leyendo las novelas gráficas el argumento de la película se hace compensible y meridianamente claro al espectador. Permitan que lo dude; y aunque así fuera me parece una torpeza sin nombre no ser capaz de explicar una historia comprensible en 160 minutos y necesitar tres novelas gráficas como muleta.

Al parecer Richard Kelly se influenció en la literatura de Philip K. Dick, la sensibilidad artística de Andy Warhol para el guión de la película, también plagado de referencias religiosas y literarias. Ambición no le faltó.

El reparto de la película sólo puede calificarse de lisérgico; ni el peor enemigo de Richard Kelly hubiera logrado un elenco de actores tan poco adecuados para sus papeles. The Rock se aleja de su habitual expresividad para regalar al horrorizado espectador sus curiosas muecas infantiles y saltitos (les juro que no miento); Sarah Michelle Gellar es la actriz porno más pizpireta del mundo; el resto del reparto no parece tener claro si está interpretando un papel en una película seria o en una comedia de ciencia-ficción.

Bueno, hasta aquí lo malo, que no es poco y es suficiente para que Southland Tales no pueda ser considerada bajo ningún concepto una buena película, pero es tan fantásticamente extravagante, tan ridículamente ambiciosa, tan pretenciosa, tan absurda y también tan distinta que a mi me resultó fascinante. La trama parece querer contar tantas cosas que en los 160 minutos que dura no se para de dar información y se necesita un narrador externo para no tiempo de acabar de contar una historia. Lo peor que puede pasarle a una película (o a un espectador según se mire) es que el espectador desconecte del filme y pierda su atención; a mi no me pasó, estuve intentando encontrarle un sentido hasta el final, y aunque no se lo encontré tampoco salí enfadado de su visionado.

El talento de Richard Kelly es innegable porque logra que todo este pastiche contenga escenas visualmente arrebatadoras y porque otras escenas que puestas en manos de otro provocarían directamente la risa, provoquen sólo la fascinación del espectador. La banda sonora, con música original de Moby y canciones de otros grupos, es fantástica y contribuye a resaltar las mejores escenas de la película. Kelly y la música de Moby logran que un número de baile entre The Rock y Sarah Michelle Gellar no resulte risible sino fascinante, o quizá fascinantemente risible, no lo tengo claro. Y es que una cosa que no puedo negar de Southland Tales es la capacidad de fascinación que ejerció en mí; después de verla le estuve dando vueltas varios días y ocupó varias conversaciones cinéfilas enteras, y sospechó que ocupará alguna más.

Espero que Richard Kelly pueda llevar más proyectos a cabo después de este fascinante y fallido ego trip, porque aparte de su talento, está aportando a Hollywood películas distintas, que huyen del adocenamiento y la rutina en los que está instalada la industria. También espero que le salga mejor que Southland Tales.

(c) 2008 Jordi Flotats