QUEMAR DESPUÉS DE LEER

Los Cohen vuelven con una comedia disparatada con reparto de lujo

Supongo que después de una película tan seria, violente e intensa como No es país para viejos, los hermanos Joel y Ethan Cohen tenían ganas de afrontar un proyecto más ligero y más divertido. Su último trabajo, Quemar después de leer es una disparatada comedia de enredos que satiriza el mundo del espionaje. Los Cohen no son nada ajenos a la comedia; sus O Brother (2000), El Gran Lebowski (1998), The Ladykillers (2004) o Crueldad intolerable (2003) son incursiones directas en el género. Y muchos de sus otros trabajos también están empapados de su particular sentido del humor.

Quemar después de leer posee una trama de enredos alrededor de cuatro personajes, Osbourne Cox (John Malkovich), es un agente de la CIA al que quieren relegar de su puesto para colocarlo donde no moleste mucho; él, enfadado, dimite y se retira a su casa a escribir sus memorias. Su esposa Katie (Tilda Swinton), una mujer fría y manipuladora, quiere divorciarse de él y le roba información clasificada de su ordenador pensando que es información bancaria para pasarla a sus abogados. Katie tiene una aventura con Harry Pfarrer (George Clooney), un mujeriego que está casado con una conocida escritora de libros infantiles. La información perdida acaba en manos de Linda Litzke (Frances McDormand), una trabajadora de un gimnasio que cree necesitar cuatro costosas operaciones de cirugía estética para "reinventarse a sí misma". Linda, con la ayuda de Chad Feldheimer (Brad Pitt), otro trabajador del gimnasio adicto al ejercicio intentará vender la información a quien sea para poder pagarlas. La cosa se complicará aún más cuando se lía con Pfarrer.

Como en otras películas de los Cohen, los protagonistas de Quemar después de leer son personajes completamente estúpidos y demasiado absortos en sus propios intereses como para darse cuenta de nada. John Malkovitch interpreta a un personaje atildado, presumido y al borde del alcoholismo, que se cree muy inteligente y está harto de la mediocridad que le rodea. George Clooney da vida a un mentiroso y un mujeriego compulsivo, adicto al ejercicio y que no deja de hablar de sí mismo. Brad Pitt es un trabajador de un gimnasio con muy pocas luces, un hombre que no ha logrado pasar de la etapa adolescente. Frances McDormand, excelente como siempre, da vida al mejor personaje de la película, una mujer que busca desesperadamente una relación estable y que cree que sus posibilidades pasan por operarse para cambiar su aspecto; como no podría ser menos en la película también es estúpida, corta de miras y tremendamente egoísta. Todos los actores realizan un muy buen trabajo, aunque algunos tengan poco personaje para poderle hincar el diente, en especial Brad Pitt.

Formalmente la película es impecable. La fotografía de Emmanuel Lubezki (Hijos de los Hombres, Y tu mamá también, Sleepy Hollow) es muy buena, da una imagen de Washington muy distinta a la habitual. Carter Burwell, habitual colaborador de los Cohen, firma una banda sonora muy distinta a su estilo pero adecuada a la película. El montaje final y los movimientos de cámara contribuyen a que la película tenga un ritmo altísimo y que no haya ningún tiempo muerto.

De todas maneras el resultado final de la película, sin ser malo, no me ha terminado de convencer. La película me entretuvo y me pasó volando pero terminó de hacerme reír del todo. Me dio la sensación de que algunos gags eran un poco demasiado forzados, de que intentaban con demasiado ahinco ser ingeniosos y divertidos. Junto con The Ladykillers creo que esta es la película más floja de los hermanos Cohen, pero floja para ellos no significa mala, está muy bien hecha, resulta divertida y tiene algunas escenas antológicas; destaca especialmente la escena final donde dos personajes de la CIA hacen balance a toda la historia y reconocen que no saben exactamente qué ha pasado, pero concluyen que la lección que han aprendido es que no debe volver a ocurrir. Real como la vida misma.

(c) 2008 Jordi Flotats