EL VICIO DEL PODER

Adam McKay, director de La gran apuesta, ha creado un brillante ejercicio de cine político en clave de comedia en la que realiza un retrato demoledor de Dick Cheney, el vicepresidente detrás de George W. Bush, al que responsabiliza de la invasión de Irak y del empobrecimiento de los derechos de los ciudadanos en la última década.

Retratar la vida de una persona real es siempre complicado; si la persona aún está viva, puede serlo aún más. Debe seleccionarse qué se quiere contar y elegir un tono narrativo que encaje con la historia. El director y guionista Adam McKay, que ya se atrevió con una historia real con La gran apuesta, una película interesantísima sobre unos cuantos inversores que se atrevieron a apostar en contra del mercado inmobiliario antes del crash del 2008, vuelve con El vicio del poder, un biopic sobre Dick Cheney, un político estadounidense que ocupó prácticamente todos los altos cargos posibles dentro del gobierno de su país. Cheney, uno de los políticos más controvertidos de la pasada década, ha sido Auxiliar del Presidente y Jefe de Gabinete de la Casa Blanca con Gerald Ford, Congresista por Wyoming, Presidente del Comité Republicano de Política, Presidente de la Asamblea Republicana de la Cámara de Representantes, Secretario de Defensa con George H.W. Bush y Vicepresidente con George W. Bush.

Adam McKay ha enfocado la historia dando énfasis a la trayectoria política de Cheney por encima de su vida personal, excepto cuando ambas se tocan. El tono que ha elegido es muy particular; ha creado una historia de ambición desmedida, de ejercicio desvergonzado del poder con horrendas consecuencias para el mundo y ha decidido contarla como una comedia, prácticamente una farsa. Usando un narrador muy peculiar cuenta cómo cambió su vida gracias a la ambición de su entonces novia Lynne (Amy Adams); ella logró que dejara un trabajo sin perspectivas y un alcoholismo incipiente y volviera a la universidad. Tras finalizar sus estudios se trasladó a Washington, donde empezó su carrera política como interno de Donald Rumsfeld (Steve Carell), el entonces director de la Oficina de Oportunidades Ecónomicas. Rumsfeld, un acaparador de poder sin escrúpulos, valoró el servilismo y obediencia de Cheney y le condujo a la administración del entonces presidente Gerald Ford.

Fascinado por el poder que ostenta el gobierno de la nación más dominante del mundo, la película pinta a Cheney como un hombre con poco carisma, al que le gusta moverse entre bambalinas . En cambio su esposa es una mujer carismática, inteligente y terriblemente ambiciosa, consciente del techo de cristal que tienen las mujeres y que decide ejercer el poder de forma indirecta a través de su esposo. Ambos forman un equipo muy eficaz que lleva a Cheney cada vez más alto. El gesto más humano que muestra la cinta es la aceptación sin reservas de la homosexualidad de su hija menor, algo que le cuesta descartar su candidatura a la presidencia del país en la década de 1990. Tras ese hecho, abandona la política para ponerse al frente de Halliburton, una multinacional gigante con múltiples intereses.

Cuando George W. Bush (Sam Rockwell), la oveja negra de la familia Bush, ya rehabilitado, le propone ser vicepresidente en su candidatura, Cheney inicialmente se niega; el cargo de vicepresidente es prácticamente honorífico, no tiene atribuciones aparte de sustituir al presidente en caso de muerte o indisposición. Tras pensarlo, cambia de idea; el vicepresidente no tiene atribuciones explícitas, pero tampoco está tan sujeto a controles como los demás altos cargos del gobierno. Además George W. Bush no tiene la experiencia ni la inteligencia para controlarle. Por eso cuando llega a la Casa Blanca, Cheney se asegura de poner a gente de su confianza en todos los sitios clave del poder -entre ellos un rehabilitado para la política Donald Rumsfeld-, lo que le lleva a ejercer de presidente en la sombra. El atentado a las Torres Gemelas en 2001 le da la excusa perfecta para desatar el poder militar de su país primero en Afganistán y luego en Irak. En Irak converge el interés económico propio -tiene petróleo-, la obsesión del presidente Bush de "acabar" lo que empezó su padre y el hecho de poder presentar a la opinión pública un villano de manual, Sadam Hussein. ¿El hecho de que no tuviera nada que ver con el 11-S? Un mero detalle, siempre se pueden tergiversar las pruebas.

El guion y la dirección de Adam McKay son espléndidos. Los diálogos y la historia, apoyados por la poco convencial voz en off del narrador, son ingeniosos, llenos de ritmo. La película está narrada a toda velocidad, poniendo énfasis en los momentos que considera importantes y usando la elipsis inteligentemente para hacer avanzar la historia.

Los actores son lo mejor de El vicio del poder; la película se apoya en sus grandes caracterizaciones para lograr ese difícil equilibrio entre comedia y cine político. Christian Bale realiza uno de sus mejores papeles; ha engordado mucho para realizarlo, pero eso es una anécdota, ha creado un personaje gris, poco expresivo, calculador y despiadado. Amy Adams, otra estupenda actriz, también destaca en su papel de mujer brillante y carismática, prácticamente el reverso de su esposo. La ambición y la sed de poder los une, son conscientes de ser un equipo. Steve Carell y Sam Rockwell también brillan en sus caracterizaciones de Rumsfeld y Bush. El maquillaje que han usado para que se parezcan más a las personaes reales está aplicado con mucho tino; es discreto y logra que se pueda reconocer tanto al actor como a la persona real.

El vicio del poder es una película espléndida, un ejercicio de cine político que, sin dejar de contar hechos contrastados, toma partido y realiza una lectura muy negativa de los protagonistas de la historia. Los retrata como seres amorales, sólo preocupados por amasar poder y los responsabiliza de muchos de los grandes males de Estados Unidos de la pasada década, cuyas repercusiones aún se están viviendo en todo el mundo. También cuenta cómo se creó Fox News, el inicio de la polarización de un periodismo puesto al servicio de la poítica. Una polarización que actualmente está enquistada en la propia sociedad estadounidense. Sospecho que tal como están las cosas, El vicio del poder gustará sólo a los que están de acuerdo con su tesis y será descartada directamente por los que están en contra. La propia película lo insinúa en el divertido -pero en el fondo triste- huevo de pascua puesto al final de los créditos.

(c) 2019 Jordi Flotats