Crónica del Domingo 7/10/2018

Cuarto día del Festival. Pelis vistas: American Animals, Mirai, Galveston y Under the Silver Lake




Hoy se han presentado en el Auditori Meliá los tres primeros episodios de la serie Virtual Hero, una serie original de Movistar+, en colaboración con Zeppelin y Grupo Planeta. La serie ha sido creada por Rubius, uno de los youtubers con más seguidores del mundo junto al director Alexis Barroso, la ilustradora Lolita Aldea y el guionista Juan Torres. Rubius, presente en Sitges, ha causado sensación y ha convocado a muchos fans.

En el apartado de premios hoy se han entregado dos. La actriz, cantante y productora Josie Ho, una de las figuras más relevantes en la industria del cine de Hong Kong de las dos últimas décadas, ha recibido el Premio Màquina del Temps de manos de Mike Hostench, subdirector del Festival, durante la celebración del tradicional cóctel del Hong Kong Trade Development Council en el jardín del Hotel Meliá. Acto seguido, Helgá Liné, la actriz alemana afincada en España desde la década de los sesenta y figura esencial del género fantástico estatal con títulos como Pánico en el Transiberiano o El espanto surge de la tumba, ha recibido el Premio Nosferatu, que ilustra la sección Brigadoon.

También está en Sitges el director australiano Alex Proyas (El Cuervo, Dark City), del que se ha presentado su ópera prima, Spirits of the Air, Gremlins of the Clouds, de 1989 en su versión restaurada.

Empiezo el día tempranísimo viendo American Animals, una del director británico Bart Layton, en el Casino Prado. La película es una obra de ficción basada en una historia real sobre el extraño robo de unos libros de coleccionista que llevaron a término un grupo de estudiantes universitarios estadounidenses. La técnica narrativa que usa es curiosa; por un lado la acción está ficcionalizada y rodada con actores, pero se intercala con fragmentos de entrevistas con las personas reales que protagonizaron los hechos.

En 2003, Spencer Rheinhard (Barry Keoghan), era un estudiante de arte en la exclusiva universidad de Transylvania en Lexington, Kentucky. La biblioteca de la universidad tiene una habitación donde se guardan los libros raros y valiosos. Las joyas de la colección son Birds of America, de John James Audubon, un libro de gran formato en el que el autor pintó a una gran variedad de aves y una edición muy rara del Origen de las Especies de Charles Darwin. Ambos libros podrían valer millones de dólares si se subastaran de forma legal. Spencer y su amigo Warren Lipka (Evan Peters) fantasean sobre cómo robar esos libros; especialmente Warren, un chaval impulsivo y temerario, que acaba obsesionado con la idea. Se lo toma lo bastante en serio como para trazar un plan y reclutar a otros dos estudiantes, Erik Borsuk (Jared Abrahamson) y Chas Allen (Blake Jenner), un deportista, para que se encargue de conducir en la huida. Como era previsible, cuando llevan a cabo el plan casi nada sale como estaba previsto.

La película intenta estudiar por qué un grupo de jóvenes privilegiados, que estudian en buenas universidades, intentan una locura como esta. Los chicos alegan que precisamente el hecho de tenerlo todo les obligaba a destacar, a hacer algo extraordinario que rompiera con la ruta preestablecida de sus vidas. Para ellos el robo era una vía rápida hacia lo excepcional, hacia la aventura. Las interpretaciones del reparto son muy buenas, especialmente las de Barry Keoghan y Evan Peters. Bart Layton hace un gran trabajo de dirección con secuencias tan buenas como la del robo, que combina la acción con el absurdo y que centra al espectador en lo que realmente está sucediendo. Me gustó que Layton no condonara las acciones de sus personajes mostrando las consecuencias de lo que hicieron. También me gustó el detalle de incluir las entrevistas y contrastar los diferentes recuerdos de cada uno con la realidad, poniendo en duda algunos de los detalles cruciales que se nos explican. Una buena película, aunque me costó bastante empatizar con los personajes y meterme en ella.

Continuo después de comer yendo al Retiro a ver Mirai, un película de animación japonesa de Mamoru Hosoda. Hosoda me parece uno de los mejores directores de anime en activo, con películas tan interesantes como Summer Wars o Wolf Children. En Mirai, su último trabajo, se aleja un poco de las tramas con ambientación fantástica para mostrar un relato familiar naturalista; nos cuenta cómo un niño de cuatro años vive la llegada de una hermanita nueva a la familia. Pero lo hace mediante un recurso narrativo tan inteligente como imaginativo: cuando sale al patio de la casa en la que vive, a veces es visitado por familiares del presente -su perro, en una divertida versión antropomórfica-, del pasado y del futuro.

Esos flashbacks son el único elemento fantástico de la trama y ofrecen el vehículo perfecto para mostrar varias generaciones de una familia japonesa; desde el bisabuelo héroe de una guerra que perdieron, pasando por su madre cuando tenía su edad hasta llegar a la visita de su hermana del futuro. La película tiene un tono ligero y entrañable pero la sutileza de Hosoda hace que nunca sea tonta ni noña. Al contrario, tiene algunas escenas reales como la vida misma de lo duro que puede ser criar a dos niños pequeños. También momentos de comedia que funcionan perfectamente. Mirai es para mi gusto el mejor trabajo hasta la fecha de un gran director. Una película sutil, divertida y familiar narrada de una forma magistral, que ofrece lecturas para espectadores de todas las edades. Una gozada.

Después de Mirai me voy pitando al Auditori para ver Galveston, una película estadounidense con directora francesa, Melanie Laurent, más conocida por su faceta de actriz. La cinta es un noir que adapta una novela de Nic Pizzolatto, el creador y showrunner de la prestigiosa serie de HBO True Detective. Su protagonista, Roy (Ben Foster) es un ex-convicto de Nueva Orleans que trabaja como sicario para un turbio hombre de negocios, Stan (Beau Bridges). Todo va bien hasta que va al médico y éste le empieza a hablar de una preocupante mancha en la radiografía de sus pulmones. Por si no fuera suficiente, su amante empieza a acostarse con Stan. En esa situación lo envían a realizar un trabajo que resulta ser una emboscada. Tras el tiroteo, los únicos supervivientes son él y Raquel (Elle Fanning) una jovencísima chica de compañía. Roy se la lleva, pensando que tampoco estaba previsto que sobreviviera. También recoge papeles que pueden comprometer legalmente a Stan. Juntos huyen hacia Galveston, pero por el camino Raquel convence a Ben para que paren en una casucha cerca de un pequeño pueblo porque afirma que allí le deben dinero. Tras oírse un disparo, Raquel vuelve al coche acompañada de Tiffany, una niña de tres años y una bolsa de ropa. Afirma que la niña es su hermana y que la ha rescatado de su padrastro y que ha disparado sólo para intimidarlo. Los tres se instalan en un motel en la ciudad de Galveston, donde piensan pasar unos días hasta que la situación se calme. Pero las cosas no se calmarán.

Galveston es una película curiosa; una road-movie que transcurre básicamente en el mismo lugar, con unos personajes mucho mejor construidos de lo habitual en un thriller que básicamente es una historia de redención. El gran reparto y buen trabajo de guion, tanto en la historia como en los diálogos, hacen que la propuesta funcione muy bien. Como en el buen cine negro, en Galveston los personajes son imperfectos pero creíbles, los diálogos secos y el mundo un sitio muy perro. El final de la película, malévolamente irónico, triste, pero con una gota de esperanza, me gustó mucho. Los ambientes nocturnos y decadentes están bellamente fotografiados por Arnaud Potier, realzados por el ritmo lento y cadencioso que impone Melanie Laurent a la narración. La directora toma la inteligente decisión de dar mucho espacio al guion y a los actores para quedar en un segundo plano y envolverlos lo mejor posible.

Acabo el día en el Auditori viendo Under the Silver Lake, el tercer trabajo de David Robert Mitchell tras la excelente It Follows y uno de los a priori platos más fuertes de este Sitges. La película sigue a Sam (Andrew Garfield) un treintañero sin oficio ni beneficio que vive despreocupado en un piso del que no paga el alquiler -le deshaucian en cinco días-, matando el tiempo fumando, paseando, leyendo -está enganchado a un fanzine llamado Under the Silver Lake- o espiando a sus vecinas. Precisamente mientras está en eso ve a una nueva inquilina mientras se baña en la piscina y se queda prendado. Se arregla para conocerla esa misma tarde; parece que conectan y quedan para el día siguiente. Pero el día siguiente su piso aparece vacío, aparentemente se ha ido. Sam se deshace de su apatía para buscarla; descubre que en el piso hay una extraña marca pintada en la pared; también que ella ha olvidado una caja de zapatos con algunos recuerdos. Después de un rato aparece una chica, recoge la caja y se marcha. Sam empezará a seguirla, lo que dará lugar a una aventura lisérgica en la que no sólo acabará buscando a la chica, sino también a lo que conducen las claves secretas introducidas en elementos de la cultura popular: canciones, televisión o cajas de cereales que hablan a los elegidos que entienden lo que oculta lo evidente.

Under the Silver Lake es un thriller ambientado en un Los Angeles que parece sacado directamente de Mullholland Drive o de una novela de Thomas Pynchon o David Foster Wallace. Toda la película es un caleidoscopio de historias, de fragmentos, de símbolos que muchas veces parecen no conducir a ninguna parte. O que conducen algo sin demasiado sentido. Entre todo eso me llamaron la atención las repetidas burlas a la superficialidad y la obsesión por la celebridad que plagan el Hollywood actual. También la obsesión por el pasado con alusiones al Hollywood clásico a través de múltiples referencias a Hitchcock y Janet Gaynor. Bajo su tono ligero y aparentemente desenfadado, la película me pareció pesimista, insinuando no sólo que no somos capaces de darle sentido a nuestra cultura sino que ni siquiera parecemos intentarlo demasiado.

Formalmente la película es espléndida. Aparte de la excelente dirección de Mitchell, su fotografía de un Los Ángeles que es el reverso oscuro del que nos muestra La La Land es preciosa. La banda sonora de Rich Vreeland, que mezcla un aire clásico con cuerdas algo alucinadas, acompaña como un guante a la narración. Su guion es tan imaginativo y está tan lleno de ideas que daría para rodar media docena de películas de diferentes géneros; tiene también algunos diálogos y situaciones memorables. Tampoco me costó nada conectar con su humor marciano. Andrew Garfield clava su personaje; es con diferencia la mejor interpretación que le he visto.

¿Sus problemas? En mi opinión son básicamente dos; en primer lugar Mitchell se toma un poco demasiado en serio a su obra. Quizá peca de exceso de ambición, en especial porque la historia no está cerrada, no parece ir a ninguna parte, aquí el segundo problema. Probablemente es un hecho intencionado; Mitchell nos presenta una pesadilla hecha realidad o una realidad de pesadilla, según como se mire. Una especie de Mullholland Drive para los tiempos modernos. Aunque Mitchell no es David Lynch. A pesar de todo, su poder de fascinación es innegable; es de esas películas que no sólo dan que hablar sino que se recuerdan durante días. Quizá me equivoque, pero creo que se convertirá en película de culto.

(c) 2018 Jordi Flotats

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Subido por Jordi Flotats con fecha 17/10/2018 12:39:28