UNDER THE SILVER LAKE

¿Un Mulholland Drive para millenials?

David Robert Mitchell se dio a conocer con su segundo trabajo, la película de terror atmosférico It Follows, una propuesta inteligente e imaginativa. Under the Silver Lake, su última película, es mucho más ambiciosa. La cinta, ambientada en un Los Angeles sacado directamente de Mullholland Drive o de una novela de Thomas Pynchon o David Foster Wallace, relata una búsqueda de claves ocultas en elementos cotidianos para intentar descifrar una realidad difusa, líquida; muy en línea con los tiempos actuales, plagados de fake news y postverdades. Todo esto envuelto en una trama absurdista llena de momentos cómicos al estilo de El Gran Lebowski, críticas a la superficialidad del Hollywood actual y homenajes al Hollywood clásico. Y aunque David Robert Mitchell no tenga el talento de los Cohen ni de David Lynch, ha creado una película que seguramente habrá cabreado a muchos, pero que personalmente me ha gustado.

El protagonista de la película es Sam (Andrew Garfield), un joven sin trabajo que conduce un coche del que no paga los plazos y vive en un piso en Los Ángeles del que no paga el alquiler; le quedan sólo cinco días para el deshaucio. Pero a pesar de eso pasa las horas ocioso; fumando, paseando, leyendo -está enganchado a un fanzine llamado Under the Silver Lake-, teniendo un sexo algo desganado con una aspirante a actriz (lo que tienen no llega a relación) o espiando a sus vecinas. Precisamente cuando está dedicado a está última actividad ve a una nueva inquilina que está bañándose en la piscina; cuando sale del agua (en un claro homenaje a la Marilyn Monroe de Something's got to give), Sam se queda prendado de ella. Sin perder el tiempo, en unas horas se las ha arreglado para conocerla. Ella le invita a su casa; charlan y fuman un poco de marihuana. Todo parece ir sobre ruedas hasta que llegan unos amigos suyos y ella le cita para el día siguiente. Pero al día siguiente no hay nadie en su piso, parece completamente vacío. Al casero no parece extrañarle, la gente va y viene, pero Sam se obsesiona y pierde su apatía; debe encontrarla.

Empieza colándose en el piso y registrándolo; encuentra un misterioso símbolo pintado en una pared y una caja de zapatos con efectos personales que parece haber olvidado. Al cabo de un rato llega una chica y se lleva la caja. Sam decide decide seguirla, embarcándose en una búsqueda que le conducirá a través de un camino muy sinuoso al Los Ángeles más extraño. Logra contactar con Milo (Patrick Fischler), el autor de Under the Silver Lake, el fanzine dedicado a explicar los eventos sórdidos -muchos de ellos tapados o ignorados por las autoridades- sobre los que se construyó esa zona de la ciudad. Milo, igual que Sam, está obsesionado con las pistas escondidas en la cultura popular que sólo pueden leer un grupo de elegidos. Está convencido de estar muy cerca de la verdad: un mapa infantil de la ciudad pintado en el reverso de una caja de cereales contiene la clave del enigma.

En su particular odisea, Sam se encontrará con un grupo de chicas que se prostituyen vestidas para parecerse a personajes de la cultura pop (muy a lo L.A. Confidential); el grupo de moda Jesus and the Brides of Dracula y las claves secretas que se ocultan en alguna de sus canciones; el Rey Mendigo (David Yow), que le conducirá por los túneles ocultos de la ciudad e incluso al Compositor; un anciano vetusto que vive en una gigantesca mansión que parece haber compuesto en su piano casi todos los éxitos musicales de la música popular. Incluso Smells like teen spirit de Nirvana; la rebelión juvenil es una estafa, nuestros símbolos no son nuestros.

Y eso que no he mencionado el asesino en serie de perros, la mofeta o las llamadas de la madre de Sam. Toda la película es un caleidoscopio de historias, de fragmentos, de símbolos que muchas veces parecen no conducir a ninguna parte. O que conducen algo sin demasiado sentido. Entre todo eso me llamaron la atención las repetidas burlas a la superficialidad y la obsesión por la celebridad que plagan el Hollywood actual. También la obsesión por el pasado con alusiones al Hollywood clásico a través de múltiples referencias a Hitchcock y Janet Gaynor. Bajo su tono ligero y aparentemente desenfadado, la película me pareció pesimista, insinuando no sólo que no somos capaces de darle sentido a nuestra cultura sino que ni siquiera parecemos intentarlo demasiado.

Formalmente la película es espléndida. Aparte de la excelente dirección de Mitchell, su fotografía de un Los Ángeles que es el reverso oscuro del que nos muestra La La Land es preciosa. La banda sonora de Rich Vreeland, que mezcla un aire clásico con cuerdas algo alucinadas, acompaña como un guante a la narración. Su guion es tan imaginativo y está tan lleno de ideas que daría para rodar media docena de películas de diferentes géneros; tiene también algunos diálogos y situaciones memorables. Tampoco me costó nada conectar con su humor marciano. Andrew Garfield clava su personaje; es con diferencia la mejor interpretación que le he visto.

¿Sus problemas? En mi opinión son básicamente dos; en primer lugar Mitchell se toma un poco demasiado en serio a su obra. Quizá peca de exceso de ambición, en especial porque la historia no está cerrada, no parece ir a ninguna parte, aquí el segundo problema. Probablemente es un hecho intencionado; Mitchell nos presenta una pesadilla hecha realidad o una realidad de pesadilla, según como se mire. Una especie de Mullholland Drive para los tiempos modernos. Aunque Mitchell no es David Lynch. A pesar de todo, su poder de fascinación es innegable; es de esas películas que no sólo dan que hablar sino que se recuerdan durante días. Quizá me equivoque, pero creo que se convertirá en película de culto.

(c) 2018 Jordi Flotats