Crónica del Martes 10/10/2017

6º día del Festival. Películas vistas: Outrage Coda, Cocolors, Mutafukaz y Sweet Virginia



Por cuarta edición consecutiva el Festival ha albergado la entrega del Premio Internacional de Ciencia Ficción y Literatura Fantástica, organizado por Ediciones Minotauro. Marcela Serras, su directora editorial ha comentado que este año se habían recibido más de 500 obras a concurso. La novela ganadora ha sido Nieve en Marte, la ópera prima de Pablo Tébar, guionista con amplia trayectoria en la televisión. En la entrega del premio estaba presente Ángel Sala, director del Festival, el escritor Manel Loureiro, y el editor José López Jara.

Se han empezado a dar cifras de venta de entradas y asistencia de público en el ecuador del Festival y han sido estupendas. Ayer lunes se habían vendido 58.467 entradas, mientras que el mismo día, en la edición de 2016, eran 53.383. Se trata de un incremento de un 10%, a pesar del descenso en el consumo cultural de las últimas semanas en Catalunya, a causa de diferentes movilizaciones. La venta total de entradas de la edición del pasado año –en la que se batió el récord– fue de 62.255. Además Ángel Sala ha anunciado el leit motiv de la edición de 2018: 2001: A Space Odyssey, de Stanley Kubrick, que cumplirá también su 50 aniversario.

Yo empiezo el día en el Retiro, viendo la última película de Takeshi Kitano, Outrage Coda, la continuación y colofón de sus dos anteriores trabajos Outrage y Beyond Outrage, también presentados en las correspondientes ediciones de Sitges. Con estas películas Kitano parece volver en cierta forma a sus orígenes como director, mostrando el mundo de la mafia japones, la yakuza, una sociedad dentro de la sociedad japonesa. Outrage Coda sigue la linea de las dos partes anteriores, ofreciendo una elaborada trama que gira alrededor de la lucha interna dentro un clan mafioso que a la vez se está abocado al conflicto externo con otro.

Después de haber quemado todos los puentes y haber matado a prácticamente todos sus enemigos, Otomo (Takeshi Kitano), se ha ido de Japón y ahora vive en la isla de Jeju (Corea del Sur). Trabaja para Chang (Tokio Kaneda), jefe de una poderosa organización que extiende sus tentáculos sobre Japón, Corea del Sur y China. Los problemas empiezan cuando Otomo es enviado a solucionar un problema que ha causado Hanada (Pierre Taki), un jefe intermedio del clan japonés Hanabishi. Hanada ha apalizado a dos prostitutas y Otomo le reclama una indemnización que Hanada se compromete a pagar al día siguiente. Pero no sólo no la paga, sino que hace que sus sicarios asesinen al hombre encargado de recaudarla y se vuelve a Japón, donde está bajo el amparo de su clan.

Pero su clan no está exento de problemas internos. El presidente Namura (Ren Ohsugi), un ex-broker sin tatuajes ni tiempo servido en prisión que ostenta la autoridad pero no tiene el respeto de los veteranos, incluidos el número 2, el subdirector Nishino (Toshiyuki Nishida) y el número 3, el subdirector adjunto Nakata (Sansei Shiomi). El problema de Hanada con el poderoso clan presidido por Chang acabará de romper esas fisuras, provocando un conflicto interno. Por si fuera poco, Otomo y su compañero Ichikawa (Nao Omori) viajan a Japón para tomar cartas en el asunto en contra de los deseos de Chang.

A esta tercera parte de Outrage le cuesta un poco arrancar; el planteamiento de la película es algo lento y se echa de menos algún personaje con el carisma del policía corrupto Kataoka, uno de los mejores de las entregas anteriores; un observador irónico de las luchas mafiosas siempre con un plan para obtener algún beneficio personal de ellas. Pero a medida que va avanzando, la película mejora. Kitano narra de una forma muy clara un argumento complicado, con la complicación adicional para espectadores no japoneses por la cantidad de nombres y personajes involucrados. La lucha interna de los Hanabishi es interesante, con los jefes en pugna muy bien perfilados y diálogos no extentos del seco humor que caracteriza a Kitano. Como en todo el cine del director, la violencia llega de sopetón, sin preparación. Y es mostrada sin emoción y sin coreografía, lo que le da un aire dolorosamente realista.

Como en las anteriores entregas, el casting de la película es muy sólido; los actores están todos perfectos en sus roles. Y Kitano se sabe dosificar muy bien. Su personaje, con esa cara de haberlo visto todo, impasible exceptuando alguna torcida sonrisa y de mirada pétrea, da miedo. En los dos primeros tercios de la película aparece sólo puntualmente, hasta que que al final afirma que 'va a derribar al clan Hanabishi' y llega para provocar el caos más absoluto. El final de la historia me gustó mucho; la película finaliza la serie con estos personajes con la idea de que el estilo de vida mafioso es sólo un ciclo futil de guerras y estabilidades temporales y de que en el fondo las historias que han contado son sólo anécdotas dentro de ese ciclo.

Tras la película me quedo en el Retiro para ver la cinta de animación francojaponesa Mutafukaz. Pero antes se proyectó el cortometraje japonés (prácticamente mediometraje, puesto que dura 45 minutos) Cocolors. Su director, Toshihisha Yokoshima estuvo presente en la sala para presentarlo. Yokoshima, un hombre muy tímido, comentó el reto que suposo dar expresividad a unos personajes a los que no se veía la cara. La película ha recibido muy buena acogida en festivales; ganó el premio al mejor corto de animación en el Fantasia International Film Festival de Montreal. La película, producida en el estudio Kamikaze Douga, es la segunda parte de un proyecto llamado 'Gasoline Mask'. La acción transcurre en un futuro interminado en el que tras una horrible erupción del monte Fuji el mundo ha quedado cubierto de ceniza e inhabitable. Algunos supervivientes lograron encontrar refugio bajo tierra y construyeron una ciudad bajo las ruinas de otra ciudad con los restos que pudieron rescatar de ella. Todo el mundo debe usar una especie de traje de astronauta con un casco que oculta el rostro para sobrevivir a la atmósfera tóxica y corrosiva. Los más sanos y fuertes se dedican a salir al exterior para encontrar restos útiles. A pesar de todo, la gente aún mantiene la esperanza en el futuro. Los protagonistas son un grupo de niños entre los cuales están Aki, un chico con una gran voluntad que acabará saliendo al exterior y Fuyu, un chico muy débil pero con una gran imaginación que sólo puede comunicarse haciendo sonar notas musicales en un pequeño instrumento que lleva pegado al traje. Cuando crecen, Aki le irá trayendo a Fuyu piedras con colores para que pueda crear arte.

En el aspecto visual Cocolors es estupenda; la animación usa modelos 3D diseñados para que parezcan dibujados a mano, con un grado de detalle en los personajes y en los fondos alucinante. El diseño de personajes, aunque arriesgado, funciona sorprendentemente bien. Ningún personaje tiene cara, pero no cuesta distinguirlos entre sí y resultan curiosamente expresivos, comunicando muchísima emoción a través de las voces y la gestualidad. La historia, aunque algo previsible, es bonita y el mundo en el que transcurre, triste y desolado resulta interesante. La película me dejó con ganas de saber más sobre lo que pasó y cómo están las cosas. Ojalá el estudio continúe produciendo historias en este mundo o amplíe este mediometraje a largometraje para que sepamos más.

Mutafukaz es una película de animación resultado de la exitosa colaboración del Guillaume Renard y el estudio de animación japonés Studio 4°C adaptando el cómic homónimo del francés. El Studio 4°C ha realizado un poco de todo desde su creación en 1986; los cortos de animación de The Animatrix, las fantásticas películas Mind Games y Tekkon Kinkreet; también OVAs, videoclips, anuncios y videojuegos. A priori parecía un estudio ideal para adaptar el trabajo imaginativo, gamberro y visualmente arrollador del ilustrador y escritor Renard, y el resultado final lo confirma.

Angelino es un joven que malvive en Dark Meat City, la mayor y más peligrosa megalópolis del mundo. Habita en una cochambrosa habitación de hotel en el barrio latino de Rios Rosas, controlado por bandas en guerra perpetua. Sus escasos ingresos vienen de pequeños trabajos eventuales; pasa mucho tiempo viendo la tele y filosofando con su amigo Vinz. Pero después de un tonto accidente de scooter causado por una bella y misteriosa chica se ve envuelto en un remolino de problemas que incluyen hombres de negro fuertemente armados, agresivas bandas callejera, místicos luchadores de lucha libre mexicanos e incluso Machos, entidades nacidas de la más oscura materia del universo determinados a invadir el planeta.

Mutafukaz mezcla el cine negro, con la acción y la ciencia-ficción sin complejos ni ambages. Entre sus influencias están Golpe en la Pequeña China, La invasión de los ladrones de cuerpos, District 9 o Gangland. El aire que le dan sus directores, Renard y Shoujirou Nishimi, es ligero, desenfadado, sin perder nunca el sentido del humor pero sin caer jamás en la parodia. Ambos imprimen a Mutafukaz un ritmo narrativo altísimo. Las situaciones se suceden sin pausa, narradas con una energía tremenda. Sumando eso a la enorme cantidad de secuencias fabulosas, buenos chistes y detalles fantásticos, dan ganas de volver a verla para poder apreciar lo que te has perdido la primera vez. Es de esas películas que parecen contener material como para llenar media docena de películas menores.

Otro de los grandes aciertos de la película es su ambientación. Dark Meat City (DMC), es una versión agrandada y exagerada de Los Angeles; una metrópolis soleada, extensa, fragmentada, diversa. Un lugar donde las comunidades viven medio juntas, medio separadas; con conflictos latentes que pueden estallar en cualquier momento. Pero también un lugar interesante, intensamente vivo e intenso. Un sitio donde pasan cosas y cualquier cosa puede suceder.

Las escenas de acción y las persecuciones merecen comentario aparte. Los directores aprovechan al máximo el hecho que la película sea de animación para realizar coreografías de acción tan imaginativas como violentas. La energía maníaca con que se narra todo y la pericia de los directores convierte las persecuciones en espectáculos trepidantes.

El diseño de personajes es también de primera fila; se mezclan diseños imaginativos como el de Vinz, cuya cabeza es un cráneo con una llama en su parte superior o el de Angelino, completamente negro y sin nariz, con diseños casi-realistas con un aire de cartoon. Esos personajes, junto a la gran animación que proporciona Studio 4°C y la música hip hop de Guillaume Houzé y The Toxic Avenger hace que la Mutafukaz sea un espectáculo para los sentidos.

Mutafukaz me ha alucionado, es una de las mejores películas de animación que he visto en mucho tiempo. La combinación de un creador francés, una historia fuertemente influenciada por el cine estadounidense y un estudio de animación japonés ha creado un producto único y original. La película tiene humor, acción, energía e imaginación en grandes cantidades. No se puede pedir mucho más.

Termino mí día en el mismo Retiro con el trasero dolorido por las viejas butacas viendo Sweet Virginia, una película escrita por los hermanos Benjamin y Paul China (The China Brothers) debutaron en 2011 con Crawl, un thriller escrito y dirigido por Paul y producido por Benjamin que fue muy bien acogido por la crítica y por su paso por festivales. En 2012 escribieron el guion de Sweet Virginia, una mezcla de neo-noir y western que entró en la Black List de Hollywood - la lista de los mejores guiones no producidos - de ese año. Finalmente el guion ha sido felizmente llevado a término en una película dirigida por Jamie M. Dagg (River).

La película tiene lugar en una pequeña comunidad de Alaska, donde se ha cometido un triple asesinato en un bar. El asesino, Elwood (Christopher Abbott) se hospeda en el cochambroso motel que regenta Sam (Jon Bernthal), una antigua estrella del rodeo retirado debido a una lesión que le dejó secuelas permanentes. Elwood espera que Lila (Imogen Poots), le pague por haber matado a su marido (los otros dos fueron bajas colaterales); pero Lila descubre con estupor que su marido estaba prácticamente en la ruina y no puede pagarle. Mientras Elwood, un tipo violento, una bomba siempre a punto de estallar, desarrolla una cierta afinidad con Sam mientras espera con creciente impaciencia la llegada del dinero. Sam por su parte mantiene una relación con Bernardette (Rosemarie DeWitt), viuda de una de las otras víctimas desde antes de los asesinatos. El terror de Lila complicará aún más las cosas.

Sweet Virginia es una película con una premisa que puede recordar a Fargo o Sangre Fácil, de los hermanos Cohen, pero que por suerte cuenta con su propia personalidad. Con un ritmo lento y pausado, la película retrata a una comunidad pequeña, donde todo el mundo se conoce y cualquier hecho puede causar repercusiones inesperadas. Los personajes están bien dibujados; me gustó que la historia les vaya añadiendo facetas poco a poco, a veces cambiando por completo la imagen que teníamos de ellos. Aunque tiene relativamente poca violenta (dado el argumento), la cinta está cargada de tensión, que se va construyendo hasta el satisfactorio final.

Me ha gustado la dirección de Jamie M. Dagg; ha sabido darle la tensión y el ritmo correcto a la historia y ha realizado un gran trabajo dirigiendo a los actores. El reparto es otro gran acierto de la película. Jon Bernthal y Christopher Abbott bordan sus papeles, a pesar que a priori parecería que habrían tenido que haberlos intercambiado. Bernthal interpreta a un hombre pacífico, un buen tipo de pocas palabras, herido sentimentalmente en el pasado que ahora teme comprometerse más en su relación con Bernardette. Abbott da vida a un hombre violento, lleno de rabia y agresividad, que salta a la menor ofensa, real o imaginada, pero que también parece hambriento de conexión con alguien. Las actrices, especialmente Rosemarie DeWitt también están a muy buen nivel.

La fotografía de Jessica Lee Gagné es otro rasgo distintivo de la película; es terriblemente oscura, a pesar de no estar ambientada en invierno. Esa paleta de sombras es ideal para transmitir la tensión, la amenaza y la ambigüedad moral de muchos de los personajes.

Sweet Viriginia me ha gustado mucho. La combinación de un guion que deja mucha información crucial sobre los personajes a la imaginación del espectador, una acertada dirección y un reparto magnífico que sabe insinuar perfectamente esa información que falta convierten a la película en un excelente ejemplo de cine negro. Su ambientación en una remota frontera le da además el aire a western.

(c) 2017 Jordi Flotats

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Subido por Jordi Flotats con fecha 23/10/2017 10:39:51