Crónica del Jueves 17/10/2013

Séptimo día del Festival. Películas vistas: Big Bad Wolves, The Philosophers y Vulgaria





Hoy se ha presentado el documental de Fred Pavich Jodorowsky's Dune sobre el proyecto fallido de Alejandro Jodorowsky de rodar una adaptación del clásico de ciencia-ficción Dune. Su director y el propio Jodorowsky están en Sitges para presentar la película. El veterano director chileno también estrena su último trabajo en el Festival, La danza de la realidad, una película autobiográfica basada en el libro homónimo escrito por él mismo.

Hoy se ha anunciado la sesión sorpresa para el próximo sábado. Para conmemorar su treinta aniversario, el Festival, en colaboración con Phenomena, proyectará en 35 milímetros El Retorno del Jedi en la edición especial que se presentó en 1997.

Hoy la organización del Festival ha anunciado que hasta ayer se habían vendido 54.313 entradas, un 10,51% más de las que se habían vendido el año pasado. Y eso teniendo en cuenta que el año pasado hubo un día más y que no ha habido festivos entre semana. Una noticia fantástica que hace prever que se superará la recaudación total de la pasada edición. Aún sin estos números está siendo evidente a simple vista la gran afluencia de público en los cines. Aunque esté sufriendo recortes de las administraciones, la voluntad y buen hacer de la organización y la gran fidelidad del público garantizan la buena salud del Festival.

Por mi parte empiezo el día por la mañana yendo al Auditori a ver Big Bad Wolves, de Aharon Keshales y Navot Paushado (sección Oficial Fantàstic a competición). Estos directores israelíes ya presentaron en Sitges su primer trabajo, Rabies, en 2010. Rabies, una slasher movie con buenas dosis de humor negro, fue considerada la primera película de terror realizada en Israel. Big Bad Wolves es una mezcla de thriller truculento y comedia negra que cuenta con aire de cuento de hadas perverso una historia de venganza digna de una película surcoreana.

Después de haber encontrado muerta a una niña desaparecida en el bosque, decapitada y con la ropa interior bajada, el policía encargado del caso, Miki (Lior Ashkenazi), recluta a dos matones para dar una paliza a su principal sospechoso, el maestro de escuela Dror (Rotem Keinan), para que confiese. Miki está seguro que Dror es el responsable de esta muerte y de otras relacionadas, pero no consigue suficiente evidencia. Cuando la paliza es capturada por la cámara de móvil de un testigo y subida a internet, el escándalo provoca su suspensión. Pero su jefe le anima extraoficialmente a continuar con el caso, así que continua acosándole. Sus actividades son interrumpidas de golpe cuando el padre de la última víctima, Gidi (Tzahi Grad), los secuestra a ambos y se los lleva al sótano de su nueva casa. Gidi quiere vengarse, y antes de nada quiere saber dónde está la cabeza de su hija. Por eso no duda en torturar a Dror para que se lo diga, aunque éste niegue en todo momento ser el autor. Al principio Miki está de acuerdo con esto, pero cuando empieza a cambiar de idea acaba atado al lado de Dror.

Aharon Keshales y Navot Paushado ha dirigido y escrito una película prácticamente redonda. Su guion es espléndido, con unos diálogos brillantes y una mezcla explosiva de mala idea y humor negro. La película empieza por presentar a unos policías muy lejos de los listísimos y siempre legales estereotipos que suelen poblar los thrillers estadounidenses; estos son más bien tontos, tipos que prefieren sacar una confesión a puñetazos que molestarse en investigar. Están convencidos de la culpabilidad del profesor, un tipo tranquilo y apocado, pero el espectador no sabe exactamente por qué, manteniendo así una duda que ayuda a verlo más como víctima que como reo recibiendo un castigo. Esa visión se mantiene cuando interviene el aún más brutal y mucho más competente padre de la niña asesinada, hasta el punto que incluso el policía empieza a compartir esa visión. La película va poco a poco aumentando la tensión del espectador y va haciendo que la historia vaya escalando en truculencia. Para liberar esa tensión va intercalando con mucha inteligencia interludios llenos de humor, como cuando el temible torturador se apoca cuando le llama su madre; las apariciones de su vecino palestino o la visita de su padre (Doval'e Glickman).

La película tiene una buena fotografía y una mejor aún banda sonora de Haim Frank Ilfman. La música resulta decisiva para dar a la cinta el aire de cuento de hadas oscuro. El casting, decisivo en una película en la que básicamente intervienen 4 actores, es fantástico. Lior Ashkenazi interpreta a su personaje, un policía violento, irreflexivo y bastante tonto, dándole muchos matices; según la escena resulta amenazante, divertido o ridículo. Tzahi Grad borda su papel de hombre duro, controlado, serio, brutal si cree que la situación lo requiere. Rotem Keinan tiene el papel más difícil, porque tiene que alternar su rol de víctima con su rol de posible asesino en serie, y lo consigue con nota. Le da a su personaje un aire tranquilo y callado que hace preguntarse al espectador si es digno o sospechoso; también parece carecer de la agresividad que se supone a un asesino. Doval'e Glickman tiene un papel algo más secundario como padre de la víctima, pero su gran veta cómica hacen memorable a su personaje.

Big Bad Wolves me ha parecido una muy buena película. Con una gran dirección, actores y guion, la cinta realiza un alegato contra la moralidad e incluso contra la utilidad de la tortura y mantiene al espectador en vilo hasta un final impactante que le resuelve la gran duda que surge desde el principio. Me gustó que fuera así, en parte porque quería saberlo, en parte porque me parece coherente con el aire de fábula de la cinta, pero un poco más de ambigüedad hubiera reforzado el mensaje de fondo.

A las 14:30 me vuelvo al Auditori a ver The Philosophers, de John Huddles (sección Oficial Fantàstic a competición). El director estadounidense, que estuvo en la sala para presentar la película, destacó que se había rodado en Indonesia, algo positivo para una industria que suele mirarse mucho el ombligo. La película transcurre en Jakarta, donde un grupo de veinte estudiantes extranjeros de último curso en una clase de superdotados se despide de su profesor de filosofía en su última clase con ellos. Éste les propone un ejercicio; primero les reparte tarjetas al azar con una profesión y luego les plantea un escenario hipotético: ha estallado el apocalipsis nuclear y tienen la posibilidad de ocupar un bunker preparado para que diez personas puedan sobrevivir un año dentro, tras el cual ya será seguro volver a salir al exterior. El problema es que ellos son veinte, lo que les fuerza a escoger a los diez que vivirán y a los diez que morirán.

La película plantea un juego de rol donde el moderador es el maestro y los alumnos tienen que interpretar sus papeles siguiendo las pautas que marca el escenario. El objetivo es realizar las elecciones ideales que hagan tolerable la convivencia de un año y que maximicen la supervivencia de la humanidad cuando salgan de nuevo al exterior. La acción alterna entre el escenario imaginario donde se desarrolla el juego y la clase donde están los alumnos. Desde el principio el profesor evita adoptar una actitud neutral, interviniendo mucho en las decisiones que toman los jugadores, mostrando un interés personal y una actitud agresiva y parcial con algunos alumnos. En gran parte debido a estas injerencias se crea tensión en el grupo, especialmente cuando se ven a obligados a repetir el escenario usando información adicional de cada personaje.

The Philosophers tiene algunas cosas que me han gustado y algunas que menos. Entre las que no, está su mensaje contrario al racionalismo personificado por el maestro. La película le muestra forzando a los alumnos a pensar en qué elecciones serían las más racionales, aunque fueran despiadadas, pintando siempre unas consecuencias nada halagüeñas. El escenario final, jugado manteniéndole al margen y el propio final de la cinta, que demuestra que el racionalista tiene los pies en el barro, acaba de ridiculizar su mensaje. Todo esto me recordó un poco demasiado al tono anti-ciencia y anti-tecnología que tienen muchas producciones de Hollywood (irónicamente algunas hacen un uso masivo de efectos especiales). Además el escenario es completamente tramposo. Si ha estallado una guerra nuclear total, el racionalismo ha fallado; si sólo quedan unos pocos miles de personas para repoblar un mundo contaminado, importa poco quienes sean o sus habilidades.

La película tiene cosas que me gustaron más: un guión ágil, una narración entretenida y sin lagunas ni disgresiones; unos exteriores de lujo, rodados en Indonesia; un reparto correcto, con personajes lo bastante bien trazados para poder identificar a todo el mundo al cabo de poco rato; algunos momentos de humor genuinamente divertidos (impagable el escenario imaginado por uno de los alumnos supuestamente descartado con seis chicas más) y, no menos importante, una historia distinta con un planteamiento interesante. La película tiene ecos de La Ola o incluso de El experimento, pero sólo en cuanto a que plantea una especie de experimento social con gente joven. En conjunto creo que merece la pena verla, además de proporcionar entretenimiento es una película de las que genera debate tras el visionado.

Termino el día en el Casino Prado viendo Vulgaria, de Pang Ho-cheung (sección Seven Chances). Irreverente, polémica y alocada, esta comedia llena de humor negro satiriza sin piedad ninguna la industria del cine de bajo coste de Hong Kong. Un mundo que su director, Pang Ho-cheung (Dream home), conoce a la perfección. La aparente vulgaridad de la propuesta enmarca una película inteligente, crítica con el mundo del cine y la deriva de la propia sociedad de Hong Kong. Una propuesta que además ha sido recompensada con un inesperado éxito en taquilla en su país.

En la película, un productor de películas de Categoría III (sólo para adultos, una categoría que suele aplicarse a películas eróticas, explotations, de horror o con mucha violencia, normalmente de bajo presupuesto) interpretado por Chapman To, da una clase magistral en una escuela de cine donde habla de lo que significa ser productor. Animado por una pregunta, pide a todo el mundo que dejen de grabar su charla y les cuenta cómo se ha desarrollado su última película. Falto de financiación para poder rodar nada, un amigo suyo (Simon Loui) le presenta a un gangster de la China continental (Ronald Cheng) con un montón de dinero. El gangster está dispuesto a financiarle, pero sólo si rueda lo que él que quiere, un remake de su película favorita, la cinta erótica Confesiones de una Concubina (Shaw Brothers), de 1976. Para colmo insiste que debe rodarla con una de sus mismas protagonistas, Siu Yam Yam (interpretada por ella misma), actualmente casi una anciana. Desesperado, acepta y decide tirar adelante con la proyección, debiendo además lidiar con sus problemas familiares, con una ex-esposa que le reclama el dinero de la manutención de su hija y le quiere apartar de ella debido a la supuesta mala influencia que ejerce. Para rodar contacta con su director favorito (Matt Chow) y con Popping Candy (Dada Chen), una actriz primeriza con grandes talentos orales para que haga de doble de cuerpo de la protagonista. Como es lógico, el rodaje no será tranquilo.

Vulgaria empieza avisando al espectador de su vulgaridad, y no engaña; es tan vulgar como afirma ser, pero también divertidísima y muy inteligente. La cinta cubre una variedad de temas muy amplia, tratados con ritmo y aparente ligereza, pero poniendo el dedo en la llaga en muchas ocasiones. Seguro que la experiencia de Pang Ho-cheung en el mundo del cine de bajo presupuesto de Hong Kong ha sido decisiva, porque es evidente que los autores de la película viven en ese ambiente. La cinta se ríe de todo, pero a la vez lo señala; las rebuscadas maneras de sacar dinero poniendo productos en pantalla, las actrices que tienen que acostarse con todo el mundo para conseguir trabajo; la precariedad de los rodajes; el resentimiento hacia la invasión económica que Hong Kong está sufriendo de la China continental; la importancia de las redes sociales para promocionar películas o incluso el exceso de competitividad de su sociedad, cristalizada en la presión que los padres ejercen sobre sus hijos para que destaquen por encima de los demás en la escuela desde que son muy pequeños.

¿Todo esto? La respuesta es sí, y aún queda mucho espacio para bromas sexuales de gusto como poco dudoso, sobre las comidas repugnantes que comen los chinos fuera de Hong Kong, cameos-parodia como el de Hiro Hayama, protagonista de Sex and Zen 3D o una secuencia genial sobre una sala de juego de mahjong para marujas con guardería incluida. La mayor parte de los personajes son vulgares, pero muy bien definidos, muy cercanos.

Tras ver la película, me maravilla y me llena de incredulidad saber que se rodó en sólo doce días y con buenas dosis de improvisación. Su estructura en forma de acontecimientos contados durante una charla permite cubrir perfectamente la posible falta de coherencia entre las escenas, haciendo más fácil juntarlas en un todo cohesionado. En el resultado final se puede apreciar la frescura y la inmediatez de esta forma de rodar y muy pocos de sus problemas. Los actores están muy bien en sus papeles, muy naturales y graciosos.

Me ha encantado Vulgaria, de momento es una de las sorpresas más agradables que me he llevado este año. Es una película divertidísima, que los habitantes de Hong Kong o los que hablen cantonés aún podrán apreciar aún más de lo que lo he hecho yo. Pang Ho-cheung demuestra que es un director todo terreno con un don para las comedias. Habrá que seguirlo de cerca.

(c) 2013 Jordi Flotats

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Subido por Jordi Flotats con fecha 24/10/2013 13:26:11