2012

Rutinario apocalipsis

Dicen que los tiempos de crisis e incertidumbre propician que el cine más terrorífico y catastrófico triunfe; quizá porque permiten contemporizar a la gente sus problemas, quizá porque permiten hacer pensar que por mal que esté uno siempre hay alguien que pueda estar peor, con zombies en su patio trasero, muriendo de extraños virus o con tsunamis gigantes arrasando su ciudad. Sin entrar en la veracidad de la afirmación, es cierto que en los últimos meses el número de producciones de terror ha aumentado espectacularmente y ahora Hollywood parece volver también con el género de catástrofes, creado en la década de 1970 (otra época de crisis) como vehículo del cine espectacular, con multitud de estrellas en pequeños papeles alimenticios para intentar atraer público a las salas. 2012, el nuevo producto, viene firmado por un auténtico maestro de la destrucción, Roland Emmerich.

Y es que hasta 2012 pocos monumentos históricos y edificios importantes del planeta se habían librado de ser destruidos en una película de Emmerich; realmente ese señor parece tener algo en contra de la arquitectura monumental y en especial contra Nueva York, que ya ha sido destruida por los alien en Independence Day, por Godzilla y por el cambio climático (El día de mañana). Pero con 2012, Emmerich ha afrontado su mayor reto, destruirlo todo.

El argumento de 2012 no tiene mucha complicación; debido a una alineación planetario-galáctico-festiva el sol empieza a enviar unos neutrinos más rollizos de lo habitual que calientan el centro de la Tierra y provocan que las placas tectónicas empiecen a desplazarse libremente, ocasionando la total destrucción de todas las estructuras humanas en todos los rincones del globo: tal como diría REM el fin del mundo tal como lo conocemos. Y este hecho, del que los mayas estaban más que al corriente hace centenares de años, no es descubierto por los liberales, ateos y tragadólares científicos actuales hasta 2009. Entonces las naciones más poderosas del planeta trazan un plan secreto para preservar la cultura, la fauna, las clases dirigentes y los principales millonarios de la destrucción, construyendo en China unas arcas en las que venden billetes por mil millones de euros.

Pero claro, el protagonista de la película no es un millonario. Si cierran los ojos y se dejan inundar por recuerdos de películas con mucha destrucción verán a un hombre cuarentón bien conservado, con aire canalla, divorciado, con dos hijos (chico y chica) a los que ve cada vez menos pero quiere con locura y una ex-mujer hostil pero que aún está enamorada de él que está saliendo con un hombre más serio pero aburrido. Pues ya lo tienen, en 2012 le pueden poner la cara de John Cusack; su personaje es un escritor frustrado que ahora conduce limusinas para un ricacho ruso; por casualidad se acaba enterando del complot con la ayuda de un hippy pirado que tiene un programa de radio pirata (Woody Harrelson). Él y su familia protagonizarán una epopeya para huir de California hasta China en medio de la destrucción. La película se complementa con una trama que permite ver la evacuación del gobierno americano, en la que un científico, Adrian Helmsley (Chiwetel Ejiofor), ejerce de consejero y de conciencia del un gobierno que huye dejando atrás al noble presidente que quiere morir con su pueblo, protagonizado por Danny Glover.

Obviamente, de 2012 no puede destacarse la trama, tampoco los personajes; de los actores poco puede decirse, pasan sin pena ni gloria, cumplen por no molestar más de la cuenta. La auténtica protagonista de la película es la Destrucción, con "D" mayúscula. A los amantes de las escenas espectaculares se les quedará la boca abierta con las impresionantes escenas en las que ciudades enteras tiemblan y se derrumban mientras la tierra ondula y olas gigantes las cubren, y la película no es tacaña en ese aspecto; los momentos de pura destrucción son frecuentes y prolongados. En mi opinión las mejores son las de Los Ángeles y Yellowstone, en los que la catástrofe persigue literalmente a los personajes, pero no puede decirse que se haya escatimado un dólar en destruir espectacularmente (más que convincentemente) todo el planeta.

Del argumento mejor comentar poco, es un vehículo para la destrucción y para que unos personajes a los que no hace falta presentar porque ya los conocemos de otras películas pasen sus peripecias para que comprendamos que al final, lo que importa es la familia. Sus inocentes y desinformadas especulaciones sobre las reacciones de los diversos países del mundo provocarán sin duda risas en salas de Italia, Rusia, China, Japón y Canadá.

Ya cuando entré en la sala para verla sospechaba que más que una película iba a ver un entretenimiento, y realmente eso me pareció una vez vista. Si se juzga como película y se intenta tomar en serio es atroz; con un guión que junta los peores tópicos y una sensiblería no apta para diabéticos con una cortedad de miras casi patológica y una realización plana y nada inspirada. Si se intenta enfocarla como producto, obra de artesanía más que de arte, la película me pareció muy entretenida en la primera hora y media y bastante difícil de tragar en la hora siguiente, con un final que se resistía mucho a llegar. Y es que dos horas y media son excesivas para contar lo que contaba 2012; deberían haber sido capaces de resumir el apocalipsis en una hora y media.

(c) 2009 Jordi Flotats